El pequeño príncipe o cómo quebrar la soledad

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Antoine de Saint-Exupéry, en 1943 publicó: ‘Le petit prince’, traducido al español como El principito. Tanto cautivó al público, que la obra se tradujo a 300 lenguas (es la más traducida del mundo, después de la Biblia), vendiéndose 200 millones de ejemplares. Su lenguaje, como el de las fábulas clásicas, aúna sencillez y potencia significativa (es una alegoría, tejida de símbolos, que puede leerse en diversos niveles de complejidad y significación). Es una obra que nos habla a todos, y a cada uno, de modo diferente.

El principito es una fábula, un libro de viajes y una novela de formación. El pequeño príncipe recorrerá diversos asteroides, en los que encontrará hombres solos y unidimensionales: el rey, el vanidoso, el bebedor, el avaricioso y el farolero. Es el único responsable, pues con su trabajo, con su vocación de servicio, responde a las necesidades de los demás.

¿Y qué mayor responsabilidad que responder a la necesidad más honda del ser humano: ser y sentirse amado? ¿Qué puede ser más significativo que quebrar la soledad en la que se encierran o son encerrados los seres humanos? Por eso el zorro, maestro del pequeño príncipe, le animará a “crear vínculos” y a cuidar su rosa. “¡Eres responsable de tu rosa!”. Esa rosa, rodeada de volcanes, simboliza a la mujer, de Saint-Exupéry. Y, en nuestro mundo materialista y tecnocrático, la rosa simboliza también la fraternidad, la amistad y el amor: las verdades esenciales que tejen la vida de los hombres.

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