Sentada en un auto frente a su casa, Noela Rukundo miró marcharse a los últimos dolientes. Ellos salían de un funeral: el de ella.
Finalmente, vio al hombre al que esperaba. Ella salió del carro, y su esposo se puso las manos en la cabeza, horrorizado.
“¿Son mis ojos?”, dijo, según ella. “¿Es un fantasma?”
“¡Sorpresa! ¡Estoy viva todavía!”, dijo ella.
Pero el hombre no pareció contento, sino aterrorizado. Cinco días atrás, él había ordenado a un grupo de matones que asesinaran a Rukundo, su compañera de 10 años. Y ellos lo hicieron; o, mejor dicho, le dijeron que lo habían hecho. Ellos incluso consiguieron que él les pagara varios miles de dólares extra por llevar a cabo el crimen.
Y ahora su esposa estaba aquí frente a él. En entrevista con la BBC el 4 de febrero, Rukundo contó que él le tocó el hombro, y para su alarma lo encontró sólido y corpóreo. Entonces él empezó a gritar.
“Lo siento, lo siento mucho”, gritaba.