Al norte de California, a sólo 30 kilómetros de la frontera con Oregon, Crescent City tiene el último faro del estado, que mira al océano Pacífico. En los alrededores, bosques de secuoyas rojas dan una belleza única a la pequeña ciudad que tiene un récord único: desde que comenzaron los registros, en 1933, ha sufrido 41 tsunamis, cinco de ellos graves y uno, de 1964, completamente devastador.
Aquel 28 de marzo un terremoto de 9,2 puntos en la escala Richter sacudió Alaska. Las aguas costeras se agitaron violentamente y, en menos de cinco horas, tres olas ingresaron al centro de Crescent City. La gente estaba tratando de limpiar el área, que era el corazón comercial del pueblo, cuando en cuestión de segundos se alzó y rompió una cuarta ola de casi siete metros. Dejó 11 muertos y casi 300 propiedades, a lo largo de 29 cuadras, fueron destruidas, algunas arrancadas desde sus cimientos.
Crescent City nunca se recuperó: actualmente uno de los sitios más pobres de California y de los Estados Unidos. Y ahora ha tomado una decisión drástica: en lugar de soñar con el regreso de los comercios y las industrias que no volverán, se une a su enemigo. La estrategia consiste en orientar la economía hacia el turismo y promover, precisamente, el desastre de los tsunamis como atracción.
Alrededor de un Tour a Pie del Tsunami, un emprendimiento oficial, la ciudad ha comenzado a crecer con base en el tema. Hay una cervecería llamada SeaQuake Brewery (terremoto de mar), una tienda de video juegos con un gran cartel que dice “Tsunami Games” y una pista de bowling inaugurada como Tsunami Lanes. Mia Dawn Ansell, la dueña de Tsunami Beach Company, una tienda de souvenirs, quiere que su inspiración alcance al pueblo entero, y que Crescent City cambie de nombre a Tsunami Beach.
“Es como si nos pusiera en el mapa, como un Callejón del Tornado», dijo a Los Angeles Times Eric Wier, funcionario de administración del municipio. Señalaba un cartel de señalización de calles que todavía no existe, pero él cree que sería una buena idea: “Tsunami Way”. Como un centro de turismo científico, pero también de aventuras, Crescent City ofrece un gran saber sobre tsunamis: “Tenemos una gran historia, vengan a conocerla. Pero también sepan, por si algo sucede, adónde hay que dirigirse”. Los mapas de la localidad destacan en círculos los puntos de evacuación.
En el puerto de Crescent City, que sufrió grandes daños en el tsunami de 2011 (cuando la costa de América del Norte recibió los coletazos del gran desastre del terremoto marítimo sucedido en Rikuzentakata, Japón), el jefe de la unidad, Charlie Helms, busca la financiación que permita construir un Centro para la Experiencia de los Tsunamis, que serviría a la vez como imán turístico y helipuerto para emergencias.
Entre USD 10 millones y USD 12 crearían un centro de evacuación vertical, con una construcción abierta y muros de separación en las plantas inferiores, que garantizarían la seguridad del helipuerto en el techo. En las instalaciones funcionarían un museo de tsunamis, un teatro 4D y una cafetería. En esa “extraña encrucijada de preparación para el desastre y atracción de visitantes” se define la identidad de lugar, observó al Times.
“Si puedo lograr que se haga el Centro para la Experiencia de los Tsunamis, se crearían entre 15 y 20 empleos decentes, y habría una razón para que la gente se quede en el pueblo”, agregó. “Porque si uno es joven, se va a estudiar a una universidad, ¿qué va a hacer aquí con su título de grado? Nada. Y eso es penoso”.
La población de todo el Condado del Norte, donde se halla Crescent City, bajó un 2% entre 2010 y 2018, según los censos; si Crescent City llega a unos 7.000 habitantes es porque en su perímetro se halla una prisión estatal, Pelican Bay, donde cumplen sus condenas personas de distintos puntos de California. La gente mayor, como el supervisor del condado Gerry Hemmingsen, de 67 años, es la única que recuerda los años de la prosperidad: “Era realmente infrecuente no ver un camión de transporte de madera en el camino”, dijo al periódico de Los Angeles.
Pero el récord de tsunamis también afectaba la economía. Y el de marzo de 1964 sigue siendo “el mayor y más destructivo de los tsunamis registrados en la costa del Pacífico en los Estados Unidos”, según el centro especializado de la Universidad del Sur de California (USC). Y aunque luego de la tragedia se impulsó una campaña, “Ciudad de la Recuperación”, hasta el presente han quedado tiendas vacías en la principal calle comercial.
Para peor, en las décadas de 1970 y de 1980 los aserraderos fueron cerrando, tras la creación del Parque Nacional de la Secuoya Roja. Con el tiempo la decadencia económica avanzó por las calles del pueblo, donde hoy un tercio de sus residentes vive bajo la línea de pobreza, lo cual es el doble que el promedio de todos los Estados Unidos. El ingreso anual medio, USD 27.029, es la mitad que el de California. La falta de hogar y la adicción a la metanfetamina afecta a muchas personas en Crescent City.
Dos años después del tsunami de 2011 una embarcación cubierta de percebes y otra vida marina llegó a la costa del pueblo: era un bote perdido en Rikuzentakata. A partir del hallazgo se intentó una relación de ciudades hermanas con la localidad japonesa. Pero si bien ha tenido un fuerte impacto cultural, sobre todo entre los más jóvenes, con intercambios de estudiantes, el emprendimiento no trajo mejoras al nivel de vida.
Por último, en 2018 Crescent City fue designada “zona de oportunidad económica”, lo cual implicó beneficios fiscales. Al ver que tampoco ese estímulo favorecía la llegada de inversiones, los dirigentes locales comenzaron a pensar en el turismo tsunami.
Según la profesora emérita de la Universidad Estatal Humboldt, Lori Dengler (también miembro de la Sociedad Sismológica Nacional y premiada por el Organismo para la Investigación de los Océanos y la Atmósfera, NOAA, por sus 30 años de estudios pioneros), desde 1933 Crescent City recibió el impacto de 41 tsunamis. Eso se debe a varias características del lugar: su exposición, debido a que tiene escasa altitud y se adentra en el Pacífico, y sobre todo la forma de cuenco que presenta su plataforma continental, un hueco en el que la energía de los tsunamis queda atrapada y hace que las olas reboten una y otra vez.
El Tour a Pie del Tsunami puede ser sombrío: en uno de los puntos se ven imágenes del rescate de los heridos y la recuperación de los cadáveres tras el fenómeno de 1964. Pero también se prometen recuentos menos gráficos aunque igual de inquietantes: “Verán las marcas de agua en los edificios que sobrevivieron a la embestida, unos objetos enormes empujados por el poder de las marejadas y varios monumentos conmemorativos a las personas que perdieron sus vidas durante este trágico evento”, explica la página oficial del tour que guía a los turistas por “reliquias y mejoras” desde aquel episodio.
El folleto con el recorrido que comienza en Front Street se puede descargar en pdf, pero también en cada punto del trayecto hay quioscos informativos para detenerse a leer o escanear códigos QR y seguir adelante; hay enlaces con audios, videos y fotos “para una experiencia de mayor inmersión en el teléfono o la tableta”.
También la página de Visit California ha comenzado a promover Crescent City. Además de contar la historia del faro de Battery Point, de 1856, y el de St. George, a 10 kilómetros fuera de la costa, construido en 1865 tras el naufragio de un navío presuntamente cargado con 1,5 toneladas de oro, sugiere: “Caminen por la costa de Crescent City y maravíllense de cómo esta localidad se reconstruyó por completo tras un tsunami devastador en 1964. En el acuario Ocean World los lobos marinos balancean pelotas y juegan con los visitantes, mientras que en el Centro de Mamíferos Marinos otras criaturas reciben cuidados especiales para curarlas y devolverlas a su ámbito salvaje. En el extremo occidental del pueblo, Pebble Beach es un gran lugar para buscar ágatas y otras piedras semi preciosas».
Y, por supuesto, el tour oficial incluye un poco de suspenso: “En cualquier momento se podría producir un tsunami”, advierte el folleto. “Si sucediera un terremoto costero, ¡sólo habría minutos para ponerse a salvo! La regla principal es que, cuando se siente un temblor, hay que ir hacia el norte por la Calle 9 en busca de zonas altas. Deje su automóvil y camine a toda velocidad, porque muchos caminos podrían atascarse de otros autos o de desechos de edificios. ¡Haga lo mismo si escucha las sirenas de tsunami! Nunca suenan por error. No entre en pánico y siga los carteles de ‘Ruta de Evacuación de Tsunami’ hasta ponerse a salvo».