Cuando era adolescente, Rocsana Enríquez se escapaba frecuentemente de su casa para no presenciar las peleas entre su madre y su padrastro, quien además abusaba sexualmente de ella. Pronto se enredó con pandillas callejeras y se volvió una visitante asidua de los centros de detención juvenil.
En una de estas ocasiones, mientras estaba encarcelada en un centro de California, comenzó a aprender yoga. La disciplina le ayudó a canalizar su ira y se convirtió en un antídoto para la profunda inseguridad que sentía. Antes de enfrascarse en una pelea, se recordaba a sí misma de respirar hondo. Y le encantaba cómo se sentía en la posición «Guerrero II». «Me hacía sentir muy fuerte», dijo.
Un nuevo informe del Centro de Pobreza y Desigualdad de la Facultad de Derecho de Georgetown muestra que los programas de yoga pueden ser particularmente eficaces para ayudar a menores encarceladas a manejar los efectos del trauma que muchas de ellas han experimentado. La investigación muestra que el yoga y la atención plena pueden promover relaciones más saludables, aumentar la concentración y mejorar el autoestima y la salud.
Si se ofrecieran de manera más amplia, estos programas serían una manera económica de ayudar a uno de los grupos humanos más vulnerables a sanar y mejorar sus vidas, asegura el informe.
Los traumas de infancia son comunes entre los adolescentes que pasan por el sistema penal, pero en las mujeres se presentan en una proporción significativamente mayor.
Casi el doble de las muchachas encarceladas reporta abuso físico – 42 por ciento versus 22 por ciento entre los varones – según la investigación citada en el informe. Y el 35 por ciento de las ellas dice haber sido víctima de abuso sexual, en comparación con el 8 por ciento de los chicos.
Las muchachas son más propensas a ser atacadas sexualmente por personas con las que tienen relaciones íntimas. La investigación muestra que las experiencias traumáticas tienen un efecto más profundo en la salud mental de las chicas comparado a los chicos. Más de tres cuartas partes de ellas, o el equivalente al 80 por ciento, muestran signos de padecer al menos una enfermedad mental, en comparación con dos tercios de los varones.
Una investigación reciente sobre la función cerebral, la cual es descrita en el informe, ofrece una base neurológica para algunas de estas diferencias. El estrógeno activa un campo más grande de neuronas en el cerebro femenino, haciendo que las muchachas experimenten factores de estrés con detalles más precisos. Y a diferencia de los chicos, las chicas que experimentan trauma muestran una reducción de la parte del cerebro que vincula las sensaciones corporales con las emociones.
Según los expertos, el yoga puede ayudar de una manera que la terapia convencional y otras terapias basadas en la cognición no pueden.
«Concentrarse en sentir donde está nuestro cuerpo y lo que está haciendo puede, literalmente, conducir a la curación de la mente«, dijo Rebecca Epstein, directora del centro y coautora del informe.
«Se trata de intentar reparar la conexión mente-cuerpo.»
Un número creciente de investigaciones muestra los efectos físicos y psicológicos positivos del yoga. En EE.UU., la Administración de Servicios de Salud Mental y Abuso de Sustancias del gobierno federal recientemente admitió un currículo de yoga orientado a víctimas de trauma.
Introducido como programa piloto, se logró una disminución en el número de peleas en los centros de detención, de las solicitudes de medicamentos y de afecciones médicas en general. Algunas de las muchachas se acercaron a los responsables del programa y les contaron experiencias de violencia sexual que nunca habían compartido con nadie, según el informe.
Cada vez más, escuelas y centros de detención están usando el yoga y el entrenamiento de la atención para tratar los tipos de experiencias traumáticas y estrés crónico que los jóvenes y adultos que viven en la pobreza experimentan desproporcionadamente.
Usando un enfoque «sensible a los traumas», en lugar de decirles qué hacer los instructores emplean un lenguaje amigable, sugiriéndole a las niñas distintas poses o técnicas de respiración. Y los instructores no tocan a ninguna estudiante sin preguntar primero.
Enriquez, quien vive en Daly City, California, dijo que se dio realmente cuenta de los beneficios del yoga cuando estaba tratando de salir de una relación abusiva. Su novio, con quien tenía dos hijos, era adicto a las drogas, abusaba físicamente de ella y a veces la mantenía cautiva en su apartamento. Ella escapó – y volvió – varias veces.
En sus puntos más bajos, Enriquez comenzó a recordar algunas de las cosas que aprendió en sus clases de yoga. Recordaba técnicas, como la respiración y el estiramiento. Y recordó los mantras que aprendió a decirse a sí misma: frases como «Soy suficiente» y «Soy fuerte».
Poco a poco, dijo, se distanció de su novio y de sus sentimientos de desesperanza. Un día dejó a su novio y no volvió más.
«Decidí, ‘te mereces algo mejor'», dijo. «Puse al padre de mis hijos en la cárcel.» Ahora, a los 26 años, Enríquez está estudiando derecho y tiene la meta de convertirse en abogada. También enseña yoga en diferentes lugares.
«Estoy muy emocionada por mi futuro y todo lo que estoy haciendo», dijo. «Si no fuera por el yoga, no sé si estaría aquí.»