Los Gobiernos de más de 190 naciones se reunirán en París para tratar un posible nuevo acuerdo global sobre el cambio climático, cuyo fin es reducir las emisiones de gases de efecto invernadero globales y evitar de ese modo la amenaza del peligroso cambio climático.
¿Por qué ahora?
Los compromisos actuales sobre las emisiones de gases de efecto invernadero acaban en 2020, por lo que se espera que en París los Gobiernos lleguen a un acuerdo sobre lo que va a suceder como mínimo en la década siguiente y puede que posteriormente.
¿Por qué es tan importante?
Los científicos han advertido de que si siguen aumentando las emisiones de gases de efecto invernadero, superaremos el umbral más allá del cual el calentamiento global se vuelve catastrófico e irreversible. El umbral estimado es un aumento de la temperatura de 2 ºC por encima de los niveles preindustriales y según las trayectorias actuales de emisiones, avanzamos hacia un aumento de unos 5 ºC. Puede que no parezca mucho, pero la diferencia de temperatura entre el mundo actual y la última edad de hielo fue de unos 5º C, por lo que los cambios aparentemente pequeños en la temperatura pueden suponer grandes diferencias para el planeta.
¿Por qué nadie ha pensado en llegar a un acuerdo global sobre el asunto antes?
Sí lo han hecho: las negociaciones globales sobre el cambio climático llevan desarrollándose más de 20 años. La historia del cambio climático se remonta a mucho más atrás: en el siglo XIX, los físicos teorizaron sobre las repercusiones en la atmósfera de los gases de efecto invernadero, sobre todo del dióxido de carbono, y varios de ellos apuntaron a que el calentamiento aumentaría con el incremento de los niveles de estos gases en la atmósfera. Pero entonces era todo una teoría.
No ha sido hasta las últimas décadas cuando los científicos han comenzado a realizar las mediciones necesarias para establecer una relación entre los niveles de carbono actuales y las temperaturas, y las actividades científicas realizadas desde entonces han señalado sistemáticamente hacia una dirección: que el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero procedentes de nuestro uso de los combustibles fósiles y de nuestras industrias generan un aumento de la temperatura.
¿El calentamiento global no se ha detenido?
No. Las temperaturas globales han estado registrando claramente una tendencia al alza. Se produjo un repunte en 1998, después del cual las temperaturas fueron más bajas, aunque seguían siendo más elevadas que en las últimas décadas, lo que llevó a algunos escépticos del cambio climático a afirmar que el mundo se estaba enfriando.
Durante el periodo desde 1998, las temperaturas globales han aumentado a un ritmo más lento de lo que hicieron en los 30 años anteriores. Los escépticos también emplearon ese argumento como una prueba de que el calentamiento global se había “detenido”.
Pero cabe destacar que las temperaturas no han descendido ni se han estancado, sino que han seguido aumentando. Dadas las variaciones que caracterizan a nuestros sistemas climáticos, no se puede descartar un periodo en el que el ritmo del calentamiento se ralentice.
En los últimos dos años, la velocidad del calentamiento parece haberse acelerado de nuevo, pero no se pueden sacar muchas conclusiones de este aspecto.
¿En qué medida han progresado los acuerdos globales?
En 1992, los Gobiernos se dieron cita en Río de Janeiro y forjaron la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). Dicho acuerdo, aún en vigor, obligaba a los Gobiernos a emprender acciones para evitar el peligroso cambio climático, aunque no especificaba qué acciones. En los cinco años siguientes, los Gobiernos discutieron sobre qué debería hacer cada uno y cuál debería ser la función de los países desarrollados en comparación con la de las naciones más pobres.
El resultado de esos años de discusiones fue el Protocolo de Kioto de 1997. Dicho pacto exigía reducciones para 2012 de las emisiones mundiales de alrededor del 5%, en comparación con los niveles de 1990 y a cada país desarrollado se le asignó un objetivo de reducción de las emisiones. Pero no se fijaron objetivos para los países en desarrollo, incluidos China, Corea del Sur, México y otras economías emergentes, por lo que se permitió que sus emisiones aumentaran a su antojo.
Al Gore, entonces vicepresidente de Estados Unidos, firmó el protocolo, pero rápidamente quedó claro que jamás lo ratificaría el Congreso. Legalmente, el protocolo no podía entrar en vigor hasta que lo ratificaran los países que representaran el 55% de las emisiones globales. Algo que no iba a suceder, puesto que Estados Unidos, entonces el mayor emisor del mundo, se quedó fuera del protocolo.
Por ello, durante la mayor parte de la siguiente década, el Protocolo de Kioto quedó prorrogado y las negociaciones sobre el cambio climático global casi se estancaron. Pero a finales de 2004, Rusia decidió aprobar el tratado, de forma inesperada, como parte de una estrategia para que la Unión Europea aceptara su solicitud de pertenencia a la Organización Mundial del Comercio. Con eso se logró el porcentaje necesario y el protocolo pudo por fin entrar en vigor.
Entonces, ¿existe un acuerdo global?
No exactamente. Estados Unidos, bajo la presidencia de George W. Bush, permaneció firmemente fuera de Kioto, por lo que aunque las negociaciones de la ONU prosiguieron año tras año, los negociadores de Estados Unidos en muchas ocasiones se encontraban en distinta salas con respecto al resto del mundo. Entonces quedó patente que era necesario un nuevo enfoque para poder incluir a Estados Unidos y animar a las principales economías en desarrollo, sobre todo China, actualmente el mayor emisor del mundo, a que asumieran límites en sus emisiones.
Lo que siguió entonces fue un plan de acción acordado en Bali en 2007 y que sirvió para establecer el rumbo hacia un nuevo acuerdo que sustituiría al de Kioto.
Se tardó mucho tiempo en reaccionar. ¿Qué es lo que sucedió después?
Sin duda se tardó mucho tiempo. Pero lograr un acuerdo entre 196 países nunca iba a ser sencillo. El siguiente paso de este drama de larga duración lo demostró claramente: la cumbre de Copenhague de 2009.
¿Qué se consiguió en Copenhague?
De todo menos un tratado. Por primera vez, todos los países desarrollados y los principales países en desarrollo acordaron limitar sus emisiones de gases de efecto invernadero. Fue todo un hito, ya que significó que los mayores emisores del mundo se unían hacia la consecución de un único objetivo.
La reducción de emisiones acordada seguía siendo insuficiente con respecto al consejo científico, pero supuso un gran avance en la reducción de emisiones, comparado con la postura de “dejar que todo siguiera igual”.
Pero lo que no se consiguió acabó siendo aquello de lo que advertían las ONG y gran parte de la prensa. Lo que no se consiguió fue un tratado totalmente articulado y legalmente vinculante.
¿Realmente importa?
Depende de cómo se mire. El Protocolo de Kioto era un tratado internacional perfectamente redactado, indisputable y totalmente vinculante desde un punto de vista legal, un subtratado de la igualmente vinculante CMNUCC. Pero nunca cumplió sus objetivos, porque no lo ratificó Estados Unidos y porque Rusia no lo hizo hasta que fue demasiado tarde. Y no se sancionó a ninguno de los países que no lograron cumplir sus compromisos de Kioto.
Por otro lado, la ONU no adoptó totalmente el acuerdo de Copenhague en 2009 por el caos de última hora en la conferencia, aunque se ratificó el siguiente año en forma de los Acuerdos de Cancún. Por este motivo, los grupos ecologistas ridiculizaron el acuerdo de Copenhague y lo tacharon de fracaso.
Aunque los objetivos acordados en Copenhague en forma de un documento firmado por los líderes mundiales siguen vigentes.
¿Qué es lo que sucederá con más probabilidad en París?
Ya sabemos a qué se han comprometido los principales emisores. La UE reducirá para 2030 sus emisiones un 40%, en comparación con los niveles de 1990. Estados Unidos reducirá para 2025 sus emisiones entre un 26% y un 28%, en comparación con los niveles de 2025. China acordará un punto máximo de sus emisiones para 2030.
Las naciones responsables de más del 90% de las emisiones globales ya han determinado sus objetivos, conocidos en la jerga de la ONU como Contribuciones previstas y determinadas a nivel nacional o INDC (por sus siglas en inglés, Indended Nationally Determined Contributions). Entre ellas se incluyen los principales países desarrollados y en desarrollo, aunque sus contribuciones varían: en el caso de los países desarrollados, suponen reducciones reales de las emisiones, pero en el de los países en desarrollo, una variedad de objetivos que incluyen límites en las emisiones en comparación con “lo habitual”, así como compromisos para aumentar el uso de alternativas energéticas con bajas emisiones de carbono o para conservar los bosques.
El análisis de los INDCS, respaldado por la ONU, indica que estas promesas son suficientes para mantener el calentamiento del mundo entre 2,7 o 3 ºC. Aunque no es suficiente según el consejo de los científicos. Sin embargo, esto no es el final de la historia. Uno de los componentes clave de cualquier acuerdo en París sería instituir un sistema de revisión de los objetivos de las emisiones cada cinco años, con vistas a aumentarlos.
Otro enfoque complementario es realizar más esfuerzos a la hora de reducir las emisiones fuera del proceso de la ONU, por ejemplo, implicando a “partes no estatales” como a las ciudades, a los Gobiernos locales y a las empresas, para que contribuyan más.
Si ya se conocen los compromisos de los principales países ¿significa que el acuerdo de París es ya una realidad?
En absoluto: la otra cuestión clave, además de las reducciones de las emisiones, es el aspecto financiero. Los países más pobres quieren que los ricos les proporcionen ayuda financiera para poder invertir en tecnología limpia, reducir así sus emisiones de gases de efecto invernadero y adaptar sus infraestructuras a los posibles daños producidos por el cambio climático.
Se trata de un asunto enormemente polémico. En Copenhague, donde la parte financiera del acuerdo solo se resolvió en el último minuto, los países ricos acordaron proporcionar 30.000 millones de dólares de asistencia financiera de “inicio rápido” a las naciones pobres y afirmaron que lo harían para 2020, con flujos de al menos 100.000 millones de dólares al año.
La piedra angular de cualquier acuerdo de París será la garantía de los países ricos de que cumplirán este compromiso con respecto a los países pobres. Es algo que se ha probado de varios modos: la OCDE emitió un informe en octubre que demuestra que dos tercios de la financiación necesaria ya se está proporcionando y un informe del Instituto de Recursos Mundiales demostró que el resto podía proceder de la financiación del Banco Mundial y otros bancos de desarrollo, así como del sector privado. El Banco Mundial y varios Gobiernos ya se han comprometido a aumentar su ayuda financiera, lo que supone que ya se puede percibir una ruta clara hacia el objetivo de 2020.
Sin embargo, ahí no acaba el asunto. Las naciones pobres exigen una cláusula similar para más allá de 2020, pero existe un gran desacuerdo sobre cómo debe realizarse. Algunos exponen que todo el dinero proceda de los Gobiernos de los países ricos, pero estos insisten en que no aportarán esa financiación exclusivamente de sus fondos públicos. Quieren que contribuyan también los bancos de desarrollo internacional, como el Banco Mundial, y que la mayoría de la financiación proceda del sector privado.
Aún es posible llegar a un acuerdo en este sentido, pero será uno de los principales obstáculos de lo acordado en París.
¿Los líderes mundiales acudirán a París para llegar a un acuerdo sobre este aspecto?
Sí. Los jefes de Estado o de Gobierno de más de 130 países ya han confirmado su asistencia. Entre ellos se incluyen Barack Obama de Estados Unidos, Xi Jinping de China, Narendra Modi de la India, Angela Merkel de Alemania y David Cameron de Reino Unido. Nadie ha cancelado su asistencia como resultado de los ataques terroristas de París y la seguridad se ha incrementado como medida de garantía. Sin embargo, a diferencia de las conversaciones de Copenhague, a las que los líderes mundiales acudieron en el último minuto de las dos semanas para encontrarse a sus equipos de negociación sumidos en el caos y sin un acuerdo claro para firmar, esta vez los líderes estarán al inicio de la conferencia, darán instrucciones claras a sus equipos de negociación y esperan un acuerdo total al final de la cumbre.
En nombre del Gobierno francés, la conferencia la dirigirán el ministro de Exteriores Laurent Fabius y la ministra de Medio Ambiente Ségolène Royal, pero el presidente francés François Hollande también desempeñará una función clave. Todos confían en que se puede llegar a un acuerdo.
¿Qué más podemos esperar antes de París?
La cuestión clave en estos momentos es la relativa a la seguridad. Tras los recientes ataques a la capital francesa y los asaltos evitados por las fuerzas armadas, el ambiente en París será muy distinto al de cualquier otra ciudad que haya sido con anterioridad la sede de grandes encuentros internacionales. La seguridad será primordial: la policía y el ejército francés estarán en las calles y el lugar de celebración de la cumbre estará patrullado por guardias con el uniforme de la ONU, aunque las atrocidades del 13 de noviembre seguirán estando en la mente de todos los delegados. Esto puede implicar que cuando los líderes mundiales asistan a reuniones privadas, se trate en asunto del terrorismo antes que el cambio climático. Pero también puede significar que los delegados estén bajo más presión que nunca para llegar a un acuerdo, dadas las circunstancias trágicas que les rodean.
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