A veces tenemos demasiada agua, que se lo lleva todo”, dice en español precario la dominico-haitiana Cecilia Joseph, mientras saca un ñame (tubérculo) de su finca en este sector del municipio de Santo Domingo Norte, en República Dominicana.
Joseph se refiere a las frecuentes inundaciones por las crecidas de los ríos Ozama, Cabón y Tosa, que bordean el sector rural de Mata Mamón, 30 kilómetros al norte de la capital dominicana.
Esa situación afecta sus cultivos de maíz, plátano, papaya, aguacate, ñame y mango, que les sirven de autoconsumo y “para vender algunas veces”, se queja la mujer menuda con movimientos ágiles a pesar de sus 70 años.
De la tierra de apenas una hectárea sale el único sustento de Cecé, como la llaman en el pueblo, porque su hijo y esposo fallecieron.
La comunidad de 1.714 habitantes, donde prevalecen los pequeños productores como Joseph, se cuenta entre las 1.100 registradas por la Defensa Civil en la provincia de Santo Domingo como vulnerables a inundaciones y deslizamientos de tierra por las crecidas de ríos, arroyos, cañadas y la falta de drenaje pluvial.
Además de los riesgos para la vida y la salud, agricultores consultados por IPS aseguran que el problema ambiental ha bajado sus producciones y faltan alimentos en la mesa familiar.
“Dejé hace cinco años de sembrar arroz y auyama (calabaza) en el terreno que está cerca del río. Fueron aumentando las crecidas, al punto que no valía la pena invertir para perderlo todo”, explica José Corcino, de 56 años, que trabaja también como maestro constructor para mantener a su familia.
“Hemos hecho varias solicitudes a través de la Asociación de Agricultores Corazones Unidos de Mata Mamón para que el Estado drague los ríos y el agua no se desborde. Pero todo ha sido en vano. Seguimos sin poder sembrar”, se lamenta Corcino, uno de los más de 100 integrantes de la organización.
“Estamos pasando hambre porque no cosechamos lo suficiente para hacer intercambios de productos entre los vecinos”, asegura . Aquí no tenemos mercados. A veces vienen guagüitas a vender cosas o tenemos que ir a comprar a La Victoria (distrito al que se adscribe Mata Mamón), que queda a seis kilómetros”, detalla.
Por esa razón, Corcino, padre de tres hijos, mantiene para el consumo familiar siembras de plátano, guayaba, guanábana, aguacate y mango, en su patio de casi una hectárea. Y más lejos, en la parcela de 1,5 hectáreas donde antes sembraba arroz, pone a pastar 15 cabezas de reses, en su mayoría vacas lecheras.
“Todas las tardes traigo el ganado para el patio de la casa porque los ladrones acaban con todo”, indica sobre otro factor que atenta contra el despegue del agro. A su juicio, los agricultores de Mata Mamón necesitan menos vandalismo, servicios ambientales e inversiones para tener una mejor producción local de alimentos.
Todavía 1,5 millones de los 9,3 millones de habitantes de la República Dominicana se encuentran en estado de subnutrición, aunque el país redujo el número de personas que sufren hambre en los últimos 20 años, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
La inseguridad alimentaria y la pobreza son fenómenos mayoritariamente rurales en este país, que comparte con Haití la isla de La Española, según el Panorama 2014 de la Seguridad Alimentaria y Nutricional en Centroamérica y República Dominicana, publicado por vez primera este año por FAO.
En los campos dominicanos, donde se decide la disponibilidad de alimentos, la precariedad más dura tiene el rostro de los pequeños productores rurales y la población afrodescendiente, según la investigación.
“El campesino tiene que sentir seguridad para sí y sus familias en el ámbito laboral, económico, alimentario, de acceso a la escuela y la salud. Y ambiental también, porque a veces viene un agua y le lleva todo lo que sembró”, explica Manuel Rodríguez, de la Oficina Integral Agropecuaria del Ministerio del Trabajo.
Amplía que la oficina brinda asesoramiento para generar más ocupaciones seguras, como parte de un programa gubernamental mayor con miras a elevar en los próximos años el trabajo agrícola del actual 20 por ciento a 40 por ciento del empleo total.
Según el Ministerio de la Agricultura, trabajan en el ramo solo 609.197 personas, de las cuales 559.428 son hombres y 49.769 mujeres.
“Los campesinos hoy dejan abandonadas sus tierras porque no hay dinero ni trabajo. Pero en los próximos años el campo dominicano va a sufrir un cambio radical”, pronosticó el funcionario.
La acometida contempla además proyectos de modernización tecnológica como la extensión de invernaderos y casas para el cultivo controlado, iniciativas de incorporación de las mujeres, rebaja de los intereses a pagar al banco agrícola y una carpeta mayor de créditos a productores.
República Dominicana es un gran exportador de ají morrón, tomate y pepino, mientras incrementa un rubro de vegetales chinos, abunda Rodríguez. De hecho, destaca entre los principales vendedores mundiales de productos orgánicos tropicales como el banano.
Sin embargo, la sociedad dominicana padece grandes brechas de desigualdad y se cuentan personas con hambre y desnutrición, reconocido por las autoridades como un problema de primer orden desde que el parlamente aprobó en 2014 la Ley de Soberanía, Seguridad Alimentaria y Nutricional.
Carreteras destruidas y caminos, bordados por casitas humildes, algunas de bloques y otras de madera y pisos de tierra, conforman el batey Mata Mamón, un término aplicado en el país tanto para las comunidades rurales fraguadas por la industria azucarera y barrios urbanos periféricos con presencia de población dominico-haitiana y haitiana.
“Hemos avanzado un poco en la educación y la juventud, que está más tranquila”, valora Cornelio Guzmán, presidente desde hace 15 años del Comité de Derechos Humanos, sobre el descenso de los índices de delincuencia entre los jóvenes y las obras constructivas que se acometen en la Escuela Básica Ángel de Jesús Durán.
“Con respecto a lo económico, a la comunidad casi no le está entrando divisa porque los ríos acaban con las siembras y no se puede controlar el robo de vacas, chivos y puercos (cerdos), con el único policía que tenemos aquí”, lamentó el activista de 44 años.