Carlos Ray Norris (Chuck, 79), invencible en la ficción y también en la vida real, no solo abandona, invicto, las pantallas. Emprende una lucha sin cuartel en un campo donde son inútiles sus letales golpes de karate.
Su mujer, la actriz y modelo Gena O’Kelly (56), madre de dos de los cinco hijos de Chuck, sufre, desde hace seis años, no solo los terribles dolores de la artritis, también los agravados «por una mala praxis durante una resonancia magnética –denuncia el héroe de Walker, Ranger de Texas–. Antes de ese examen le aplicaron una inyección de gadolinium, un contrastante metálico muy tóxico que le dañó, según sus médicos, el sistema nervioso y renal. Siente el cuerpo ardiendo, y debe estar en reposo varios meses«.
Pero el amor, la ternura y la abnegación del eterno karateca –campeón mundial de esa técnica– fueron más allá de su batalla legal contra los fabricantes de gadolinium: «Dejo todo. De ahora en adelante no haré más que mantener viva a Gena. Quiero que siga en el mundo, junto a mí y a nuestros hijos. Mi amor por ella es más fuerte que mi carrera, el dinero, cualquier otra cosa. Está enferma, sufre, y yo seré su custodio y su consuelo…»
Para Chuck, «dejar todo» fue mucho más que renunciar a un contrato ya firmado. Fue salir para siempre de Hollywood y de la historia que escribió como el lobo solitario McQuade, Matt Hunter, el ranger Walker, el personaje de Mercenarios (2012) al lado de Sylvester Stallone: su última vez en la pantalla. Fue salir de la luz de los reflectores, de las salas a platea llena, de la fortuna ganada en cada film… Porque el amor es más fuerte.
Algo agradece frente a este trance y a esta nueva vida: «Hace dos años, al volver de un espectáculo de artes marciales en Las Vegas, mi corazón se paró dos veces. ¡Dos infartos! Los médicos me dijeron que el noventa por ciento de los hombres con el mismo cuadro habrían muerto. Tal vez fue una señal del Cielo: no debía morir, porque Gena me necesitaba».
Pocos extrañarán más a ese hombre de Oklahoma que los patriotas a ultranza. En sus treinta años de carrera fue un héroe invencible que, a trompadas y patadas, derribó a comunistas, a guerrilleros, a mafiosos, a nazis, a policías corruptos, a terroristas de todo pelo y ropaje. «Todos los malos de este mundo», como le gustaba decir…
Desde hace dos años, en el silencio y la serenidad de su rancho de Texas, ese campeón –primer occidental en ser octavo ganador del cinturón negro– lucha contra otros enemigos: los dolores en el cuerpo de Gena, el fantasma de la muerte, el vaivén de los signos de caída y mejora, caída y mejora, las noches interminables…
Y también, libra esa oscura, intrincada y tramposa batalla legal: ya gastó dos millones de dólares en tratamientos, y les reclama diez a los fabricantes del gadolinium.
No es fácil –a veces, imposible–, a los casi 80 años, renunciar a un mundo público de éxitos y halagosy refugiarse en soledad con una mujer amada. Pero ese paso también necesita fuerza y heroísmo: lo que Chuck Norris tiene de sobra en su cuerpo y su espíritu.