Los tiempos pasan, y la transformación de los nombres continúa. Ya sea en un idioma diferente o combinados, algunos padres suelen llamar a sus hijos por un nombre que a veces ni ellos mismos saben pronunciar.
¿Se imaginan Xiomara al revés: Aramoix?, ¿y quién le iba a colocar la equis final?, ¡explíquenme! Y pensar que en mi familia siempre me han dicho Xiomara y los demás me dicen Xiomarita después que tengo más edad.
Fue en el Ballet Folklórico de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) que iniciaron con mi diminutivo y ya es el nombre que he adquirido, menos para firmar cheques.
Por eso es que me pregunto: ¿Cuál es la razón de que cuando nacemos nos “endonan” un nombre sin que nosotros siquiera estemos de acuerdo después que crecemos? Nos deben poner nombres provisionales y cuando cumplamos la mayoría de edad tener la facultad de cambiarlos si no estamos de acuerdo, por un costo razonable y sin tantos papeleos.
El ser humano es muy presumido. Queremos ponerles a nuestros hijos nombres de artistas de telenovelas, de acontecimientos sociales, políticos, económicos y eventos naturales.
El almanaque Bristol parece que pasó a la historia, y total… ni siquiera los calendarios de Año Nuevo los obsequian en las farmacias y supermercados en la época de Navidad.
Lo que más se usaba eran nombres comunes e hispánicos del santoral católico; por ejemplo: María, José, Manuel, Carlos…
todo era combinación de estos con Miguel, Luis, Juan, Rosa, Luisa, Mercedes, Altagracia y con unos apellidos también comunes: Pérez, Mateo, Jiménez, etc. y ustedes saben qué implica eso, que cuando usted va a buscar un papel de buena conducta, aparece con una ficha porque muchos de los que delinquen tienen esos nombres y apellidos y ya se puede imaginar el trajín para poner las cosas en orden.
Esos mismos nombres, las madres se los ponen pero en inglés: Mary, Joseph, Johnny, Michel, o sino Stephany, Paulette (¿francés?), que muchas veces ni lo saben pronunciar y menos escribirlos y, aunque los sepan escribir, cuando van a expedir un acta de nacimiento, el escribiente pone el nombre como le dictan las neuronas: Estefany, Polé, etcétera.
Otros les ponen los nombres al revés o combinaciones de nombres para que se vea “heavy” y cuando le preguntamos ‘¿y ese nombre?’ nos contestan que es una combinación del nombre de su marido y el del abuelo, o del papá y la mamá o del nombre del papá.