El acuerdo va más allá de lo que el mundo pudiera haber esperado hace un año, pero no tan lejos como se necesita.
¿Es el acuerdo de París un avance significativo en la lucha por limitar los riesgos del cambio climático, como afirman los agotados negociadores? ¿O se trata sólo de otra estación de paso en el camino a la calamidad, como insisten los críticos? En esta etapa no es ninguno de los dos. Es mucho más de lo que el mundo pudiera haber esperado razonablemente hace uno o dos años. Pero también es mucho menos de lo que el mundo realmente necesita.
En su forma actual, y en el mejor de los casos, desacelerará el ritmo con el que el mundo llegará a un posible desastre. Su potencial para evitar el desastre depende en parte de cómo funciona el sistema climático, sobre el cual todavía existe una gran incertidumbre.
Pero también depende de lo que ocurra en el futuro cercano. ¿Representa este acuerdo el principio de revoluciones en las políticas, así como en el sistema energético? ¿O es simplemente otro pedazo de papel que promete mucho más de lo que puede lograr? La respuesta depende de lo que suceda de ahora en adelante.
Los logros de los negociadores, hábilmente presididos por el gobierno francés, están lejos de ser insignificantes. Ellos demostraron que es posible que los países del mundo se pongan de acuerdo para actuar en respuesta a un peligro común, incluso uno que parece tanto remoto como incierto para muchos de los que están vivos actualmente.
Estos logros determinaron que todos los países deben ser parte de un esfuerzo conjunto. Los negociadores acordaron que los ricos deben ayudar a los pobres en el logro de sus objetivos de descarbonización. También convinieron en el objetivo de mantener la elevación de la temperatura global muy por debajo de 2 grados Celsius e incluso acordaron “continuar los esfuerzos” para mantener la elevación por debajo de 1.5 grados Celsius.
A primera vista, sin embargo, estos logros son en gran parte insignificantes. La provisión de financiación necesaria es una aspiración, no un compromiso certero. No hay planes para imponer límites a las emisiones procedentes de la aviación ni de la navegación.
Tampoco se establecerá un mecanismo para determinar un precio del carbono a nivel mundial. Los países están, por encima de todo, solamente comprometidos a comunicar y mantener sus planes, descritos, en un lenguaje bastante vago, como “contribuciones determinadas a nivel nacional”.
No habrá sanciones contra ningún país que no cumpla con lo acordado según estas metas. Y, lo que es peor aún, las metas en sí, incluso si se implementan (sobre lo cual se debe expresar mucha duda), están muy lejos de lo que se requiere para lograr el objetivo de 2 grados Celsius, y mucho menos uno inferior a esa temperatura. Las temperaturas medias globales han aumentado en casi un 1 grado Celsius desde la revolución industrial, y limitar el calentamiento a 1.5 grados Celsius requeriría otra revolución.
Entonces, ¿por qué debería tomarse seriamente un acuerdo que no sólo es ineficaz, sino que también está muy lejos de lo necesario para reducir los riesgos a proporciones manejables? Una respuesta es que obliga a cada país a pasar por un proceso de revisión por parte de sus pares.
Cada país tendrá que volver a presentar sus planes cada cinco años. Además, el sistema de información y seguimiento ha de ser más transparente y completo que nunca. En particular, los países emergentes y en desarrollo que actualmente dominan las emisiones (China, sobre todo) formarán parte de ese sistema. Al final se decidió que las aspiraciones monitoreadas serían más eficaces que cualquier compromiso vinculante que pudiera (o, más probablemente, no pudiera) lograrse.
Pero sobre todo, con los países ya comprometidos a producir un plan (porque todos están de acuerdo en que el reto es importante), será mucho más difícil para cualquier país argumentar que el incumplir sus promesas no importa. O por lo menos así debería ser, a menos que el próximo presidente de EEUU sea un republicano.
Sin embargo, el caso en pro del escepticismo es sólido. Recordemos que, durante el último cuarto de siglo de negociaciones sobre el clima, las emisiones de dióxido de carbono, las existencias de dióxido de carbono en la atmósfera e incluso las emisiones per cápita han ido en aumento. En la actualidad, la tarea es mucho más abrumadora de lo que hubiera sido si se hubiera actuado antes. Pero el crecimiento de la economía mundial ha superado la caída de las emisiones por unidad de producción. Si no ha de sacrificarse el crecimiento (lo cual la humanidad no va a tolerar), esta tasa de disminución debe acelerarse significativamente. Ése es un desafío de enormes proporciones.
Lo que realmente importa no es el acuerdo de París, pero lo que sucederá a continuación. Los planes nacionales deben ser ambiciosos y volverse, rápidamente, todavía más. El mundo también necesita un nuevo modelo de inversión y nuevas fuentes de financiación, respaldados por incentivos modificados.
De un modo u otro, se necesitará un precio del carbono a nivel mundial, así como un aumento de la innovación tecnológica. El anuncio en París de la “Misión Innovación” para acelerar los avances en energía limpia — basada en la idea de un “Programa Apolo Global” lanzado en junio — pudiera representar un verdadero cambio. Pero solamente llegará a serlo si se dedican suficientes recursos financieros y humanos a la tarea.
No es sorprendente que la reacción de muchos dentro de la industria de los combustibles fósiles demuestre que, por el momento, no se sienten amenazados. Los líderes políticos han intentado lograr cambios antes, pero evidentemente no lo han logrado.
La amenaza inmediata para ellos son los bajos precios de los combustibles que producen y venden, no un alto precio de las emisiones de dióxido de carbono. Tanto la industria como los grandes consumidores son políticamente poderosos. Ellos pueden estar confiados de que, cuando se trata de la creación de planes nacionales y el establecimiento de prioridades, todavía están en una excelente posición para descartar los ambiciosos compromisos, en particular los instigados por un proceso que requiere tan poco esfuerzo.
En algunos países, en particular EEUU, la oposición será abierta e intensa. En otros lugares, será más ‘cortés’. Pero los resultados pudieran no ser tan diferentes.
Simpatizo con el entusiasmo de muchos de los que están en París. Este acuerdo fue ganado con dificultad. Pero sólo representa un pequeño paso, aunque sea en la dirección correcta. Es demasiado pronto para estar seguro de que la curva de emisiones ahora tendrá una pendiente decididamente negativa. Laozi, el antiguo sabio chino, dijo: “El viaje de mil millas comienza con un solo paso”.
La pregunta es si la humanidad tiene la voluntad o incluso el tiempo para terminar un viaje que ha comenzado tan tardíamente.