Depresión enemigo que nos consume

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Con apenas 19 años Marta se encuentra a tan solo unos meses de graduarse de arquitectura. Pero estos días otra cosa le preocupa: se encuentra a sí misma sin ánimo, un poco letárgica. Culpa de esto a las largas horas de insomnio que pasa haciendo clases de la universidad. No obstante una noche, sin motivo alguno, rompe a llorar.

Luis pasa por algo similar. A sus 21 años es un joven alegre y extrovertido. Sin embargo, últimamente algo ha cambiado en él. A lo largo del día se encierra en su cuarto y se queda en cama durante horas.

Luis no es el nombre real de Luis. Tampoco Marta se llama Marta. Ambos nombres son ficticios pero sus testimonios son muy reales. Las suyas son historias que se repiten en la vida de miles de jóvenes dominicanos. Las historias de aquellos que padecen, muchas veces sin saberlo, del invisible trastorno de la depresión.

Como explica el psicólogo Eduardo Houellemont Curiel, los síntomas de la depresión pueden variar de la tristeza, manifestándose en ocasiones en el aislamiento del individuo y en un descenso drástico de la actividad

En el caso de Luis, su condición no se trataba del habitual estado de depresión de estar abatido. Se encontraba, más bien, en un estado vegetativo en el que el simple hecho de levantarse de la cama o salir de su habitación le eran tareas abrumadoras.

“Por la mañana me levantaba y me sentía más cansado que cuando me había acostado. Me despertaba y era como si no pudiera moverme”.

Ante esto decidió lidiar con el problema asumiendo una nueva actitud. Pero su plan no tuvo efecto. Aunque en la superficie volvía a ser el mismo de antes, alegre y activo, todo en realidad era un “teatro”. Fue entonces cuando se dio cuenta de que necesitaba ayuda.

Los siguientes meses en la vida de Marta fueron una montaña rusa de altas y bajas. Ahora graduada buscaba empleo en su área, y aunque sabía que cada vez estaba más cerca del éxito no lo sentía como una victoria, pues a cada paso la embargaba la tristeza.

“Llegó un punto en el que tenía ganas de llorar casi a todas horas. Lo único que me detenía era estar ocupada, estar lo suficientemente distraía que me olvidaba de cómo me sentía, pero en el momento que me quedaba sin hacer nada volvía otra vez a estar mal”.

Marta ya sospechaba que su problema podía estar relacionado con la depresión: había leído en internet sobre la enfermedad y los síntomas concordaban con los suyos, pero no quería creerlo.

Para ella la incertidumbre radicaba en que su melancolía no tenía “ni pies ni cabeza”, a su entender no había un detonante emocional, un suceso que provocara su tristeza, de modo que, pensaba, no podía tener depresión.

Según la psicóloga y terapeuta familiar Carmen Virginia Rodríguez, esto es un marco común de la enfermedad. “Como todo trastorno, la depresión es multicausal, interviniendo a veces factores genéticos y fisiológicos. Para los padres y el mismo adolescente, conocerse y reconocer que algo no anda como suele andar debe ser la primera voz de alarma para tomar acción inmediata”.

No fue hasta que la madre de Marta notó que su hija había bajado drásticamente de peso, que esta le confesó cómo se sentía. Ambas fueron a un psicólogo para que evaluara a la joven. Luego de varias pruebas, el diagnóstico fue concreto: trastorno depresivo mayor.

Marta ahora tiene 21 años. Como parte de su tratamiento le prescribieron antidepresivos. Esas “pastillas de la felicidad” la ayudan cuando el peso de las cosas cae en sus hombros. Pero entiende que solo son un puente entre su actual estado y su felicidad futura. En los últimos meses le han reducido la dosis en dos ocasiones; su meta para este año es prescindir completamente de ellas.

Por su parte, Luis fue diagnosticado con depresión y ansiedad social. Su tratamiento consiste en acudir a terapia una vez al mes. Explica que aun después de las terapias todavía hay veces en que por más que lo intenta no puede obligarse a salir de la cama. El secreto para sobrellevarlo todo, dice, es intentarlo de nuevo cada día.

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