Brasil ha perdido 818.000 puestos de trabajo de enero a octubre de este año. Esto ha hecho que el paro escale desde un 4,7% a un 7,9%, sólo en 12 meses. Una pérdida alimentada por la crisis económica y la continua incerteza política, que aún se incrementará más. “El fondo del pozo aún está lejos”, avisa João Saboia, experto en mercado de trabajo de la Universidad Federal de Río de Janeiro. Hay previsiones que apuntan hasta un millón y medio de empleos desaparecidos al final de 2015 debido a una economía en estado de coma desde enero. “Si se sigue este ritmo podremos llegar rápidamente a los niveles de 2003, cuando la tasa de desempleo era de un 12%”, lamenta el economista, que, en todo caso, no pone plazo para esta funesta predicción.
Entre los ocho años que gobernó Lula (2003-2010) y los cuatro primeros años de Dilma Rousseff (2010-1014) se crearon 20 millones de empleos, lo que mantuvo al país en un escenario de pleno empleo. Pero una suma de factores que van desde errores de gestión del primer mandato de Rousseff, que permitió el descontrol de la inflación y la elevada suma de gastos públicos en 2014 pasando por la crisis económica que sacude América Latina por el frenazo económico de China se están cobrando su precio en los datos de desempleo.
“Yo ya observo una década perdida, que empezó en 2011 y terminará, probablemente, en 2020”, asegura el economista Luís Eduardo Assis. Este experto pronostica que 2015 va a terminar mucho peor que lo previsto en las peores proyecciones de principio de año. “Se están perdiendo puestos de trabajo, el valor de los sueldos ha caído, y el comercio ya siente los efectos”, añade. Según Assis, esta década negra empieza en el primer año de Rousseff, cuando la presidenta se fió demasiado de la estela de los años dorados que acompañaron al expresidente Lula.
Los errores de Rousseff
Uno de los peores errores de Rousseff, según Assis, fue apoyarse demasiado en el éxito de la petrolera Petrobras, la mayor empresa pública brasileña. Todo acabó volatilizándose debido a la marea de corrupción destapada en la mayor investigación judicial nunca llevada a cabo en Brasil, que ha descubierto la existencia de una trama criminal, en la que participaban altos cargos de la empresa, grandes empresarios que obtenían contratos a cambio de contratos y políticos que jugaban la baza de intermediarios a cambio de una parte en el pastel.
Los problemas de Rousseff se han agravado más con una crisis políticaque paraliza al Gobierno y que parece no tener fin. Desde el principio del año la jefa de Estado se ha enfrentado a una progresiva y creciente pérdida de prestigio con protestas de calle, baja popularidad, traiciones en el Congreso por parte de sus teóricos aliados y presión por parte de la oposición para llevar a cabo su destitución parlamentaria (impeachment). Todo esto acarrea que el Gobierno no consiga aprobar las, a su juicio, necesarias medidas de ajuste para relanzar la economía.
El miércoles, el caso Petrobras alcanzó al portavoz del PT (el partido del Gobierno) en el Senado, Delcídio Amaral. Este nuevo escándalo —cuando las aguas bajaban un poco más calmadas en las últimas semanas para Rousseff— vuelve a aumentar el clima de desconfianza y parálisis del Gobierno (y de la economía) cuando el año ya está próximo a acabar. El desánimo general alimentado con las malas noticias y el paro crece. Cada brasileño tiene miedo de ser el próximo en perder el empleo. Por eso, gastan menos dinero, y así vuelven más difícil la vida de las empresas más difícil, que sin ventas, acaban por echar a la calle a más gentes. Así se alimenta el círculo vicioso que muestra la recesión de este año en Brasil, que terminará con una recesión en torno al 3%.
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