Quizás en pocos sitios de Alemania se ha notado tanto el brusco bajón de temperaturas de esta semana como en el número 21 de la Turmstrasse. Hace meses que en esta calle berlinesa se acumulan centenares de personas que aguardan pacientes durante días, o incluso semanas, con la esperanza de conseguir los papeles que les abran la puerta a la condición de asilado político. Pero la espera se ha hecho especialmente dura en los últimos días.
“Llevamos aquí cinco días mirando las pantallas con la esperanza de que salga nuestro número, pero nunca llega. Mis padres y yo hemos dormido aquí para guardar sitio porque las colas empiezan de madrugada, pero el frío empieza a ser insoportable”, asegura en un inglés fluido Kayhan Kohestani, que a sus 15 años ya sabe lo que es huir de los talibanes en Afganistán y acabar en un país del que los desconoce casi todo. Tras un verano que parecía haberse alargado, las temperaturas en Alemania han caído alguna noche hasta los cero grados.
La situación es extremadamente delicada. Algunos voluntarios temen que el frío y las enfermedades puedan dejar víctimas mortales. “Vemos a niños pequeños que no dejan de tiritar durante horas. No puedo excluir que vaya a haber muertos”, asegura la directora de Caritas Berlín, Ulrike Kostka. Algunas noches, grupos de distintos países se han peleado por guardar un sitio. Las autoridades acaban de inaugurar otro centro de Asuntos Sociales para descargar a la oficina de la Turmstrasse, pero la sensación de caos continúa.
Hace tiempo que el Gobierno alemán temía que el invierno complicara la situación. Pero no preveía que los problemas se agolparan tan pronto. En Hamburgo, un centenar de refugiados se manifestó el martes con carteles de una sencillez aplastante. “Tenemos frío” o “No dejéis que nuestros hijos se congelen”, decían. El periódico Die Welt estima que de los 300.000 asilados en centros para recién llegados, más de 42.000 duermen en tiendas de campaña, muchas no preparadas para temperaturas bajo cero.
El centro de refugiados de Spandau es el único de Berlín con tiendas de campaña. Este antiguo cuartel militar en el que operaba el Ejército británico tras la II Guerra Mundial acoge a 1.600 personas. De ellas, 350 duermen en tiendas blancas alineadas milimétricamente. “No están acondicionadas para temperaturas bajo cero, pero bastan para el frío de estos días. Ahora hay que decidir qué hacer en los próximos meses”, responde una portavoz del centro, que califica de bueno el ambiente entre los refugiados.
Habib Rachman tiene una visión más negativa. “Los alemanes son buenos y nos tratan muy bien. Pero lo peor es el frío. Por las noches solo tenemos un calentador para los diez que dormimos en la tienda”, asegura este paquistaní de 19 años que llega con una carpeta bajo el brazo con sus apuntes de alemán. En sus casi dos meses en Berlín ha aprendido a decir frases como “Ich liebe dich” (te quiero).
La llegada de las bajas temperaturas presiona aún más a las autoridades regionales en la búsqueda de nuevos espacios. En algunos periódicos empiezan a aparecer noticias de ciudadanos alemanes a los que se les rescinde el contrato de alquiler social para acoger a inmigrantes. Hamburgo y Bremen han aprobado normas para confiscar terrenos privados vacíos; y otros Estados barajan dar pasos similares. La escasez de espacios permite también que algunos se estén enriqueciendo al alquilar sus propiedades a precio de oro.
Y mientras la crisis se agrava, el flujo de llegadas no se atenúa. Según publicaba ayer el Spiegel online, entre el 5 de septiembre y el 15 de octubre los Estados federados alemanes registraron a 409.000 nuevos inmigrantes, unos 10.000 al día. Nadie sabe cuánto tiempo continuará esta marea humana. La canciller Angela Merkel ya ha dejado claro que no está en su poder decidir cuántas personas entran cada día por las fronteras. Y las imágenes de refugiados haciendo cola con mantas con las que matar el frío acrecientan la idea de que la situación está fuera de control.
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