El mejor juguete para esta Navidad no es digital

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Voluntarios en el Recinto Ferial del condado de Nevada en Grass Valley, California, preparados para entregar miles de juguetes este mes Credit Elias Funez/The Union vía Associated Press

Hace poco la Academia Estadounidense de Pediatría (AAP) emitió un comunicado sobre juguetes en el que aconsejaba a los padres de niños pequeños (desde que nacen hasta que van a la escuela) que escogieran juguetes “tradicionales” (es decir, físicos) de gran calidad y no unos digitales muy elaborados. En dicha declaración se discuten las ventajas cognitivas y de desarrollo de los juguetes que brindan la oportunidad de inventar y jugar con la imaginación y, sobre todo, aquellos que hacen que los padres y niños jueguen juntos.

“Entre menos aditamentos tengan los juguetes, más fácil es jugar con ellos de manera imaginativa y creativa”, dijo Aleeya Healey, profesora adjunta de Pediatría en Albany Medical College y coautora del comunicado de la AAP. “En cuanto más cosas haga el juguete por sí solo, más se presta a la distracción”.

Como madre y como pediatra, me encanta esta idea; los niños necesitan juguetes manuales, bloques y rompecabezas que les permitan practicar con sus manos y mentes, necesitan herramientas para la imaginación y la interacción, libros para que los lean en voz alta una y otra vez, espacio y oportunidad para inventar historias y actuarlas. El comunicado enfatiza que los juguetes no necesitan ser costosos ni tampoco sofisticados. (Todos los niños pequeños saben que los mejores juguetes son las alacenas llenas de ollas y sartenes o la enorme caja de cartón que venía con alguna compra reciente).

Sin embargo, a medida que van creciendo, los niños se hacen susceptibles a la publicidad: anhelan juguetes cuyo valor quizá es dudoso en opinión de los papás, como unicornios que defecan brillantina, el videojuego de disparos Call of Duty Black Ops 4, o nuevos trajes —que llaman skins— para sus avatares de Fortnite. Sin embargo, ahora la preocupación no solo es la mercadotecnia, sino también los juguetes electrónicos que cada vez son más sofisticados y que remplazan con interacciones virtuales aquellas humanas que son esenciales para el desarrollo de los niños.

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Alan Mendelsohn, profesor adjunto de Pediatría en la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York y coautor del comunicado, afirma que ahora muchos juguetes incluyen pantallas y “los padres están recibiendo todos estos mensajes publicitarios de cómo las pantallas, tabletas, dispositivos móviles y computadoras portátiles son las que van a ayudar a sus hijos a aprender y avanzar en su desarrollo”.

De hecho, aseguró, hay bastante evidencia de que las pantallas pueden causar problemas si interfieren con el juego entre padres e hijos, pues eso es lo que importa más, jugar juntos mientras son niños y van creciendo. “Pasar tiempo con tu hijo jugando o leyéndole fortalece la relación”, explicó. “Los ayuda cuando las cosas se complican más en la pubertad y adolescencia”.

Desde luego que a medida que los niños crecen, empiezan a exigir los juguetes elaborados que en ese momento estén en boga.

“Los padres quieren complacer a sus hijos, y estos tienen deseos muy firmes, a veces como resultado de los mensajes publicitarios”, sostuvo Mendelsohn. “Yo les aconsejaría a los papás que encuentren un equilibrio entre intentar comprar juguetes que hagan felices a sus hijos, y a la vez encontrar aquellos que sean positivos para el pequeño” y que puedan generar convivencia entre padres e hijos.

Cuando en mi infancia me sedujeron los comerciales de los hornos Easy-Bake, mi madre me dijo que, en el momento en que yo quisiera hornear galletas, la cocina estaba a mi disposición. Mis padres me dijeron, desde luego, que lo que yo horneara no se iba a ver como las fotos de la televisión. Mi padre dijo, por supuesto, que solo intentaban venderme algo.

Nada de esto me importaba. Era lo único que quería y, al final, fue inevitable: al cumplir 8 o 9 años, mis padres me compraron el horno Easy-Bake. Mezclabas un paquete de harina preparada para pastel y la vertías en un pequeño sartén de lata; luego esperabas a que el pastel, que era del tamaño de una galleta grande, se horneara por medio de una bombilla.

Recuerdo que se tardó un poco y cuando ya estuvo listo… bueno, ya saben qué pasó. Mi madre se esforzó para fingir una grata sorpresa cuando le mostré los pastelillos, pero al poco tiempo dejé el horno.

Uno de los universales del juego siempre ha sido la imitación y la aproximación. La repostería de imitación que se presentaba en los anuncios televisivos era tan atractiva que le ganaba a la realidad: yo quería el horno de mentiras, aunque me habían ofrecido el de verdad. Pero en realidad me hubiera divertido más cocinando de verdad —con la supervisión de mis padres— o preparando elegantes banquetes imaginarios para mis visitas imaginarias de la realeza o para las muñecas o peluches.

“En los juegos con imaginación es donde surge la magia”, concluyó Healy.

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