Por la calle Pellerano Alfau camino hacia el Parque Colón desde la calle Las Damas donde Alexis, mi hijo menor, dejó estacionado el auto. Antes de ser nivelado el terreno, este arbolado espacio de 4,500 metros cuadrados era conocido como La Sabanita. Recibió luego el nombre de Plaza Mayor y sucesivamente Plaza de Armas y Placeta de la Catedral.
Es martes en la mañana y sobre el pavimento hay charcos de agua. “No hay movimiento (de turistas). Mire como está”, dice un guía a Alexis que prepara el celular para tomar la foto que acompaña este artículo en el Listín. En el centro, sobre un pedestal de granito se levanta la estatua en bronce de Cristóbal Colón. A sus pies, una indígena. Dicen que representa a Anacaona. Bajo este punto fueron enterrados en 1802 los restos de Juan Barón, héroe de la Reconquista, y en 1842 los del gobernador haitiano Coussino. Y en este preciso centro, durante la ocupación haitiana el presidente Boyer plantó, en 1822, una palma como símbolo de libertad.
La Palma de la Libertad
Con el paso de los años, escribe Juan Alfredo Biaggi en Las mil y una historias de la Catedral, la gente olvidó quién la había sembrado. Creció vigorosa y empezó a ser vista como símbolo de redención y de libertad. Llegaron las luchas libertadoras y el retorno en 1861 a la anexión a España, mas la palma seguía en pie como símbolo de Libertad. Hasta que una noche de 1864 un grupo de patriotas la mutiló, en un gesto que simbolizaba cómo la libertad había sido truncada tres años antes con la Anexión.
Ante el destrozo, explica Biaggi, el gobernador español de la Colonia ordenó reemplazarla por otra palma. Se le construyó una plataforma con barandilla, con una escalera de seis gradas. El frente daba al Palacio de Borgellá, en ese entonces Palacio Presidencial. El monumento, que llegó a ser considerado Altar de la Patria, fue derribado en 1887 durante el gobierno del presidente Ulises Hereaux (Lilís).
Proclama para el reemplazo
El General José de la Gándara y Navarro, quien era el gobernador español de la Colonia, calificó la mutilación de la palma como un ardid perverso. Fue tal su ira que ordenó averiguar la identidad del autor o autores del “crimen”.
En una proclama al pueblo, con la orden del reemplazo de la palma afirmaba que “la revolución está muerta. En su agonía apela a tristes y miserables medios para producir todavía más trastornos, más perturbaciones y más daño… Una nueva palma marcará una nueva época en la regeneración y felicidad de este país y será el símbolo de la Libertad, basado en el orden, en la moralidad y en la justicia”.