Joan-Ramon Laporte es catedrático de Terapéutica y Farmacología clínica por la Universidad Autónoma de Barcelona y fue jefe del servicio de farmacología clínica del hospital Vall d’Hebron. Ahora, el experto publica Crónica de una sociedad intoxicada (editorial Península), una reflexión sobre el abuso de medicamentos, la presión de la industria farmacéutica, los juegos con las patentes, y los efectos adversos de muchos fármacos.
Laporte atiende a Infobae España por teléfono para repasar algunos puntos clave de su obra, donde hace un análisis crítico de la sociedad de consumo en lo que a los fármacos se refiere. Una relación directa entre ser pobre y tomar más medicamentos, entre ser mujer e ingerirlos con mayor frecuencia, entre ser vulnerable y estar más expuesto a los vaivenes del sistema.
Pregunta: En su ensayo denuncia un exceso de medicalización de los pacientes. Muchos médicos denuncian que la Atención Primaria sufre tanta saturación que una pastilla es el tratamiento más rápido. ¿Cree que hay relación entre el consumo excesivo de fármacos con el mal estado de la sanidad pública?
Respuesta: En el libro intento analizar las causas de por qué hemos llegado a todo esto, y son multifactoriales. Yo creo que es útil revisar lo que la OMS denomina la cadena del medicamento, que empieza con la I+D, el descubrimiento, la investigación, el desarrollo del medicamento. Después, todo lo que es la regulación, y después, la farmacovigilancia, la regulación de los ensayos clínicos… Después de esto, vendría la vida del medicamento en la sociedad, el medicamento en el sistema sanitario y en España y su financiación por el Sistema Nacional de Salud. Por último, vendría la prescripción del medicamento y la dispensación en la farmacia.
Lo que nos importa es el uso que se hace al final del último paso de esta cadena y las consecuencias que pueda tener, beneficiosas y perjudiciales, para la salud. Pero es evidente que todos los pasos anteriores influyen sobre el resultado final. Cuando en el libro hablo de los ensayos clínicos, me centro en todo lo que hay de manipulación, de fraude y de trampas en la investigación de medicamentos. Por ejemplo, la rosiglitazona fue retirada del mercado hace años, aunque era útil, incluso recomendable, para la diabetes de tipo dos. O que la pregabalina y la gabapentina se usen en más de un 80% para el tratamiento del dolor de espalda, que es una situación en la que reconocida y repetidamente no han mostrado eficacia en los ensayos clínicos. Son datos en realidad manipulados, tanto en relación con los medicamentos como en relación con los problemas para los que son propuestos estos medicamentos.
Los reguladores están en manos de la industria farmacéutica. La Agencia Europea del Medicamento está financiada en más de un 85% por las compañías farmacéuticas. Es una irregularidad conceptual, me parece a mí, que entraña muchos peligros para la salud pública. Un regulador complaciente que trabaja para quien le paga. La información que reciben los médicos y otros profesionales sanitarios es producida y teledirigida por compañías farmacéuticas. No existe un sistema de información independiente sobre medicamentos propio del Sistema Nacional de Salud. Mayoritariamente, más de la mitad de los medicamentos que nos prescriben son innecesarios, no deberían haberse prescrito.
P: Habla en el libro de la opacidad sobre las muertes que se producen en el mundo por tomar medicación y los efectos adversos que han podido producir sobre los pacientes.
R: Lo que hay es una infravaloración de los riesgos de los medicamentos. Y eso es porque el regulador no advierte, hace la vista gorda muchas veces. Como cuento en el libro, con varios ejemplos históricos y actuales, no actúa en situaciones en las que es evidente que tendría que actuar. Hay muchos medicamentos que tienen efectos adversos que merecerían la retirada del mercado. Hay varios ejemplos de medicamentos que sabemos que causan efectos adversos, pero no efectos beneficiosos.
P: Dice que se ha construido todo un relato en torno al colesterol.
R: El colesterol como problema de salud fue inventado por la industria alimentaria del azúcar de Estados Unidos. La industria farmacéutica se unió a la fiesta un poco más tarde, unos años más tarde, y también añadió la historia falsa del colesterol bueno y el colesterol malo. El colesterol circula en dos formas unidas a dos proteínas diferentes en el plasma, el LDL, que sería el que llaman malo, y el HDL, que es el bueno, pero ambos cumplen funciones fisiológicas básicas y necesarias. El colesterol es necesario para la síntesis de las hormonas sexuales, de las sales biliares que disuelven las grasas, para que las podamos digerir en la síntesis de las vainas de mielina, de las neuronas…, etcétera. Entonces, el colesterol es convertido en un indicador de mala salud y hay una obsesión de la población por cómo tienes el colesterol. Conozco la situación catalana y lo cuento en el libro, han tomado la cuestión del colesterol como una prioridad del sistema sanitario y, en realidad, el colesterol favorece la formación de ateroma y después de trombos, la arteriosclerosis, cuando es colesterol oxidado. Este sí que es un colesterol que puede depositarse en las paredes de las arterias y ahí actúa como una cola de gran impacto que lo pilla todo y entonces va formando el trombo, va formando este engrosamiento de la pared que impide el paso de la sangre. Pero este colesterol oxidado se forma cuando tenemos vida sedentaria, cuando no hacemos ejercicio. Y se nos propone un medicamento que, según los estudios, entre un 10% y un 30% de los que lo toman les causa dolores musculares.
P: Se hace eco de los datos que advierten del aumento de consumo del fentanilo bajo receta en España. Hay voces que dicen, sin embargo, que está muy controlado su consumo, aunque usted sostiene lo contrario.
R: No está nada controlado. Con la introducción de la receta electrónica, se acabó la receta de estupefacientes. Lo único que ve el médico en la pantalla del ordenador es que al lado del nombre de estos fármacos hay un círculo negro, y espero que entiendan lo que quiere decir, que quiere decir que es un estupefaciente. Esto para el fentanilo. Pero es que el Tramadol no lleva ni tan siquiera el círculo negro. Antes, para prescribir un opiáceo había que ir a buscar un recetario especial de estupefacientes, que era controlado receta por receta, y se recogía el talonario. Ahora pueden prescribirlo, y la única limitación que tienen es que no pueden prescribir para más de tres meses. No hay absolutamente ningún control. El consumo de los analgésicos derivados del opio se ha multiplicado por 1.000 desde el año 2000 en España.
P: Hace una crítica desde la ciencia al exceso de consumo de fármacos. Este tipo de críticas, desde otro prisma, lleva a abrazar posturas negacionistas o a verse atraídos por las pseudoterapias. ¿Cómo se puede combinar un discurso sano sobre la medicina sin llevar a la gente al otro extremo?
R: Hablando abiertamente con la gente. Para empezar, permitiendo que los profesionales sanitarios dejen de estar sumergidos en este mar de propaganda comercial que les manda la industria en forma de folletos de publicidad, pero también en forma de recomendaciones de expertos, protocolos y recomendaciones de sociedades científicas y demás. Yo creo que tiene que haber un debate social, pero hay que empezar por los profesionales sanitarios para liberarlos de esta deformación. Están abducidos por la información y la formación que les da la industria farmacéutica, y hasta tal punto que ellos no se dan cuenta. La industria farmacéutica en España tiene unos 40.000 trabajadores, la enorme mayoría trabajan en marketing, son gente que está para comerle el coco al prescriptor médico, que es el que decidirá el consumo en un mercado que para el vendedor es muy fácil, porque no es un mercado normal. Hay un vendedor que es la industria y hay un comprador que no es uno, sino que son tres. Uno decide, pero no paga ni consume, que es el médico; el otro consume, pero casi no paga o no paga, y no ha decidido nada, que es el paciente; y el tercero, que es el sistema de salud, que en realidad somos todos, pagamos, pero ni decidimos ni consumimos.