El presidente François Hollande había pedido expresamente que este viernes los ciudadanos sacasen la bandera francesa a sus ventanas. EnSaint-Denis, la barriada del norte de París donde se produjo el asalto contra el apartamento en el que se alojaba el cerebro de los atentados terroristas, no se veía ninguna. Mientras todo el país seguía la retransmisión del homenaje a las víctimas en Los Inválidos, la calle de la República, la principal arteria comercial de Saint-Denis, que es como los Campos Elíseos pero como se los imaginaría uno en Dakar, hervía de gente de todos los colores y de curiosos haciendo preguntas al policía municipal (de origen marroquí) que impedía la entrada en la calle del Corbillon, donde todavía son visibles los estragos del asalto policial.
Es evidente que este entorno de mala reputación, trapicheo de drogas y un trasiego incesante de inmigrantes recién llegados desde cualquier parte es el lugar ideal para pasar desapercibido y se explica por qué lo eligió Abdelhamid Abaaoud, el yihadista belga al que se atribuye la autoría intelectual de los atentados de París y que murió en el asalto policial. Desde allí se puede alcanzar la autopista A-1 que lleva hasta Bruselas en menos de tres minutos, sin el albur de los atascos en el cinturón periférico. El trayecto entre Molenbeek y Saint-Denis es de apenas tres horas, porque los 300 kilómetros justos son de autopista si se exceptúan las últimas calles de este barrio de Bruselas que se ha ganado la reputación de ser el epicentro del yihadismo.
Los terroristas hicieron este trayecto viniendo desde la capital belga o comoSalah Abdeslam, el hombre más buscado de Europa, a la vuelta, después de haber cometido los atentados del 13-N en París. Es el cordón umbilical que une a Bruselas con París y es la vía de todos los trasiegos. De alguna manera, las generaciones de marroquíes o argelinos que tienen una nacionalidad europea (francesa, belga o española) se han adaptado mejor que nadie a esta Europa sin fronteras, en las que ellos carecen de limitaciones nacionales. En cualquiera de las áreas de servicio de esta A-1 no es raro ver a camionetas con placa española y pegatinas de la ITV de Andalucía, que normalmente son de españoles de ascendencia magrebí que huyen de la crisis y buscan beneficios sociales en Francia o en Bélgica.
Sin embargo, la vigilancia está solo en los peajes, que es donde los coches están forzados a detenerse aunque sea unos segundos. La gendarmería francesa mantiene patrullas constantes vigilando las dos direcciones del tráfico mientras las cámaras siguen grabando los coches. Así supo la Policía quienes han sido los terroristas que han hecho este trayecto y quienes les han ayudado. Pero ahora, pensando en la Cumbre sobre el Cambio Climáticoque se prepara en la capital francesa, la vigilancia es sobre todo de los coches que van hacia París.
Colas de tres kilómetros
Eso se hace evidente sobre todo cuando se llega a la frontera franco-belga, que hace apenas un par de años que se había reformado para que desapareciera todo el rastro de las viejas aduanas, y que ahora está bloqueada con una barrera que obliga a todos los vehículos a pasar por un lateral, uno por uno. Sin embargo, en el carril descendente, de los que van hacia París, se forma una cola de más de tres kilómetros.
Entre Bélgica y Francia lo que no faltan son pasos fronterizos. Hay cientos de carreteras y pequeños caminos que cruzan de un país a otro. El más emblemático seguramente es el de Macquenoise, el pueblo donde se rodó la comedia «Rien a Declarer» (Nada que declarar) parodiando la rivalidad entre los aduaneros de los dos países. En realidad, en condiciones normales solo el mal olor de la grasa de las patatas fritas indica que se halla uno en Bélgica, porque casi todos los coches son de franceses que vienen a comprar tabaco aprovechando que es más barato. Ahora allí hay dos gendarmes de verdad junto a los carteles de la película, controlando a los coches que pasan, aunque tampoco piden la documentación.
En la autopista, hasta Bruselas y a pesar de todas las alarmas, no hay ningúna otra medida de seguridad visible. En Molenbeek ya se empiezan a ir los periodistas (algunos con el desagradable recuerdo de que les hayan robado las cámaras en un descuido) y tampoco sabían nada ayer de las ceremonias de homenaje a las víctimas en París. Si es verdad que en el centro de Saint-Denis un marciano pasaría probablemente desapercibido entre tal combinación de orígenes étnicos, en Molenbeek hay sitios donde un ciudadano con aspecto puramente europeo parece un marciano entre tanta chilaba.
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