Nadal, eliminado en octavos por Muller después de un agónico quinto set

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Si Rafael Nadal ya es parte de la historia de este deporte no es solo por sus triunfos, no solo por sus títulos. Si Nadal es historia del tenis es por partidos como el de ayer: de sufrimiento, de trabajo, de valentía, de superación, de no desfallecer hasta ofrecer el último aliento. Aun en la derrota. Nadal volvió a protagonizar una de esas hazañas que han hecho más grande su figura. Por convertir en pasión un simple partido de tenis. Por encima de números, derechas y reveses, Nadal es tesón, esfuerzo, una cabeza privilegiada que se alimenta de retos y que ilusiona y recibe admiración. Aunque pierda.

Tenía Rafael Nadal un tenista enfrente que quería sus piernas. Porque él, Gilles Muller tiene el potencial para mover a su rival de lado a lado. Es la batalla que se propusieron ambos desde el inicio: poderosos saques, voleas contundentes y potentes disparos el luxemburgués, tenis más constante y efectivo el español. Y en esa guerra con dos juegos tan distintos, la batalla se dirimió en el quinto set, sobre el alambre siempre el balear, obligado a un esfuerzo máximo para recuperar los puntos perdidos, para levantar las opciones de peligro. No pudo con todas, pero en su camino es donde halla Nadal su grandeza.

Se encontró con una bola de break en el sexto juego, en un partido en el que, al menos el primer set, no le funcionó demasiado bien el primer servicio. Temblores porque Muller hacía daño, construyó muy bien las jugadas y sentenciaba desde la volea o desde la velocidad y la profundidad de sus golpes. Un break a su favor en el séptimo juego fue definitivo para la suerte del set, lo que obligaba a Nadal a algo a lo que no estaba acostumbrado, pues coleccionaba partidos sin un set en contra desde Roland Garros. Muller le frenó la cuenta en 28. Pero no fue un mal set del español, que no cometió ningún error no forzado en los 44 minutos de juego.

Se intentaba animar Nadal con cada punto, tan embarrado y sin continuidad el partido que necesitaba un aliciente dentro de sí mismo para recuperar el camino de la victoria. Se lo puso difícil Muller, con un juego estudiado desde el saque: abierto a la izquierda, a la T a la derecha, al cuerpo como tercera opción. Y a Nadal le costó leerlo. Se refugió en sus propios saques, con más consistencia en el segundo parcial, para no volver a perder terreno, pero tampoco encontró errores en Muller, concentrado en su papel y consciente de que a Nadal no muchos del ranking le han sabido encontrar las heridas para robarle un set. Lejos de dejarse llevar por la euforia, el luxemburgués continuó atizando con sus saques, aprovechando al máximo sus 192 centímetros de altura: una barrera infranqueable cuando subía a la red, y un martillo inexpugnable con el servicio.

No obstante, Nadal continuó con su impecable cuenta de resultados: tres errores no forzados con su derecha; en busca de su oportunidad. Como no podía ser de otra manera, la única oportunidad en el segundo set llegó con trabajo, y después de un punto de puro talento Nadal: defensa, ataque, carrera y un contraataque que limó la línea por fuera y que el ojo de halcón confirmó que era buena. Dos respiros para intentar encontrar la senda, pero que no tuvieron recompensa al otro lado. Muller, con dos buenos saques, invalidaron la efímera alegría. Había que seguir remando contra una corriente que, lejos de amainarse, parecía encontrar impulso en cada golpe.

En la pista y en la moral, porque Muller sí halló premio después en el saque del balear. Contrariado, con gestos y ceños fruncidos, Nadal chocó sus opciones de levantar el peligro contra la red. Y se puso a disposición del luxemburgués y su potente servicio, en la última oportunidad para no dejarse también el segundo set. Fue en vano. El 26 del mundo, a pesar de jugar con segundo servicio, siguió ahondando en la herida del balear, sin piernas para llegar a una derecha profundísima, confirmando que la victoria iba a tener que trabajarse todavía un poco más.

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