El 11 de marzo de 2004, tan solo unas horas después de que estallaran las bombas, varios agentes la policías de Nueva York –uno de ellos estaba asignado en Tel Aviv- habían llegado ya a Madrid para recabar información. Esa tarde en EEUU el comisario jefe recibió los primeros datos de su gente e introdujo cambios en las medidas de seguridad de metros y trenes (dejar por ahí tirada una bolsa de deportes dejó de ser una buena idea para siempre). Al FBI intentó evitar el despliegue: “No estáis autorizados a enviar a nadie”, le dijo el agente federal destinado a la Embajada de EEUU en España, pero David Cohen, el jefe de inteligencia del departamento de Nueva York, le respondió simple y llanamente que tenían luz verde de las autoridades españolas y que su gente ya estaba de camino.
La historia, relatada Christopher Dickey en Securing de city(Simon&Schuster, 2009), refleja cómo la policía de Nueva York, una de las mayores del mundo, se ha convertido tras el 11-S en una fuerza antiterrorista tan expeditiva, global y autónoma que ha llegado a generar conflictos con las agencias federales.
El recién nombrado comisario jefe, Ray Kelly, fichó a Cohen, un veterano de la CIA para formar una nueva unidad de inteligencia con suficiente independencia y recursos. Nació la nueva unidad de respuesta crítica, aumentaron los efectivos contra el terrorismo y hasta empezó a operar una controvertida unidad llamada de “Demografía”, que fue acusada de infiltrar agentes en las comunidades musulmanas con la ayuda de la CIA y se acabó disolviendo por el escándalo. Ya sea en San Bernardino o en París, no hay desde el 11-S un atentado en el mundo no haga mover ficha en la ciudad de Nueva York, un blanco prioritario del terrorismo.
“No conozco a ningún otro cuerpo no estatal en el planeta con los recursos y la autonomía de la división antiterrorista de la policía de Nueva York, es algo inusual”, apunta William Braniff, director ejecutivo del Consorcio Nacional para el Estudio de Respuestas al Terrorismo, que ha sido también instructor del Centro contra el Terror en West Point.
Ahora se refuerza. En noviembre, tres días después de los atentados de Francia, la policía anunció el despliegue de una nueva unidad de élite dedicada exclusivamente a prevenir ataques terroristas. El llamado Comando de Respuesta Rápida, que llevaba organizándose desde enero de este año, tras los ataques a la revista Charlie Hebdo, ha arrancado con un centenar de agentes, pero llegará a los 560 a primeros de 2016. El equipo usará fusiles automáticos y otras armas largas y vigilarán especialmente todas las zonas de riesgo, nudos de transporte o centros de ocio, es decir, todas esas zonas de aglomeración de gente que se convierte en un objetivo sensible para el terrorismo. Y hay muchas en Nueva York, con más de ocho millones de habitantes y 59 millones de visitantes al año.
Supone un paso más para un cuerpo que tras el 11-S se transformó. La policía ha evitado desde entonces hasta 16 intentos de atentados graves, pero su condición de pieza deseado por el terror, anarquista o yihadista, data de mucho más antiguo: ya Wall Street fue atacada en 1920. Paradigma del poder del dinero, del consumo, también capital del arte, de la moda y meca turística, ninguna otra ciudad simboliza así el poderío económico y cultural de Estados Unidos en el mundo.
“Nueva York era un objetivo primario y desde el 11-S quedó claro que si lucha contra el terrorismo no podía depender de las agencias federales, porque ellos no estaban en el terreno en el día a día, y la policía sí”, explica Samuel Katz, un experto en terrorismo y autor de varios libros como Yihad en Brooklyn.
Tras los sucesos de París, el nuevo comando de Nueva York tiene la orden de no negociar en casos de secuestro. El comisario jefe, Bill Bratton, fue muy claro hace unos días: “Nadie negocia en situaciones de secuestro mejor que la policía de Nueva York, pero esta gente, si toma rehenes, solo lo hace para prolongar el suceso porque si intención es matarles, así que vamos a movernos muy rápido”.
¿Un modelo exportable?
¿Es Nueva York el modelo Para París, para Madrid, para cualquier ciudad? “Es un modelo con fortalezas, como su estrategia de defensa de la ciudad de varias capas o el hecho de que el cuerpo de policía refleja demografía de la Nueva York, lo que es muy importante en una ciudad tan diversa”, Braniff.
Pero la división antiterrorista también ha sido acusada de extralimitarse en ocasiones, actuando fuera de la ciudad o con relación a los derechos civiles. “Se les ha criticado por situar a informadores pagados en mezquitas y comunidades musulmanas dentro y fuera de la ciudad, creando potenciales problemas donde no hubieran ocurrido de otro modo”, explica Braniff. “Esa realidad, o la percepción de esa realidad, crea un problema porque menoscaba la confianza entre los ciudadanos y su gobiernos, y les da a las organizaciones terroristas y a sus reclutadores un agravio para construir propaganda”, advierte.
“Algunas de estas tácticas funcionan en el corto plazo, bloqueando redes, frustrando atentados y mejorado la información de inteligencia de la policía, lo que no son éxitos insignificantes”, pero “en el largo plazo pueden socavar la legitimidad en la policía a los ojos de muchos ciudadanos de que los agentes están allí para proteger y servir”.