Así reclutó el ISIS a un joven francés: el desgarrador testimonio de su madre

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Quentin fue reclutado por el Estado Islámico en las afueras de Siria
Veronique Roy todavía habla de Quentin en presente. Pero enseguida sacude la cabeza y se corrige: «Me cuesta un poco, está todo muy reciente, pero quiero contar mi historia. Para mi hijo ya es demasiado tarde. Pero quizá otras familias estén a tiempo de salvar a los suyos».
Quentin tenía 21 años cuando un día de primavera en 2013 anunció a sus padres que se había convertido al islam. «Aquella noche lloré. No porque mi hijo hubiese dejado de ser católico para ser musulmán sino porque como madre me dolió no haber podido acompañarle en esa conversión».
Esta parisina, que tiene otro hijo y trabaja como comercial en una empresa en el centro de la ciudad, explica que la conversión de su hijo menor llegó de la noche a la mañana y fue entendida por su entorno como una búsqueda espiritual del joven, entonces enamorado de una joven francesa y estudiante de Educación Física.
Quentin jugando al fútbol
«Quería ser papá pronto, fundar una familia y centrarse en la kinesioterapia [una técnica para tratar lesiones mediante el movimiento]», cuenta su madre. «Pero aquella persona se cruzó en su camino y me robó a mi hijo».
Veronique llama «el gurú» a aquella persona. Su identidad fue una incógnita que la familia tardó dos años en despejar.
Desde su conversión y hasta poco antes de desaparecer sin dejar rastro en septiembre de 2014, Quentin llevó su vida de siempre: estudiaba en la universidad, salía con su novia, jugaba al fútbol, tocaba el piano y estaba con su familia. «Entonces nadie hablaba de radicalización o de conductas sospechosas… Mi hijo nos adoraba y jamás nos faltó al respeto. Rezaba cinco veces al día y comía carne halal. Eso era todo».
«SI QUENTIN SE HUBIESE CRUZADO EN ESE MOMENTO CON UN PROYECTO DE GREENPEACE O CON CUALQUIER ASOCIACIÓN HUMANITARIA, AHORA ESTARÍA VIVO»
Poco a poco la religión se convirtió en su tema favorito de conversación. A Veronique se le escapa una pequeña carcajada cuando lo recuerda: «A veces le decíamos: ¡Qué pesado, Quentin! ¡Vamos a cambiar de tema!».
Pero pronto las garras del «gurú» que lo había convertido empezaron a hacer mella en su visión espiritual del Islam. «Hay que entender que mi hijo era mayor de edad pero todavía era muy joven. Se estaba construyendo», dice la madre. «Siempre digo que si Quentin se hubiese cruzado en ese momento con un proyecto de Greenpeace o con cualquier asociación humanitaria, ahora estaría vivo. Y estoy convencida porque Quentin era una persona llena de bondad. En lugar de eso, se topó con un reclutador que le manipuló el cerebro. Son como los pedófilos. Saben escoger a su presa».
Quentin junto a su madre, su padre y su hermano
«LEA EL CORÁN»
Los primeros signos de fundamentalismo aparecieron cuando Quentin confesó a su padre, músico profesional, que no quería seguir tocando el piano. «Le encantaba, lo hacía desde los seis años», explica Veronique. «Mamá, la música me aleja de Dios», dijo. Esa fue la primera señal.
«Hoy sé que dejar de escuchar música puede ser un signo de radicalización», dice la madre. En 2013 no lo sabía».
A finales de año, el día del entierro de su abuela paterna, el hermano de Quentin lo encontró llorando, postrado en la puerta trasera de la iglesia. «A nosotros nos contó que se había perdido con el coche, pero hoy sabemos que no pudo entrar a rezar porque en ese momento alguien controlaba ya sus movimientos como musulmán».`
«NO PUDO ENTRAR A REZAR PORQUE EN ESE MOMENTO ALGUIEN CONTROLABA YA SUS MOVIMIENTOS COMO MUSULMÁN»
La cena de Navidad llegó y con ella un nuevo incidente.»Nos dijo que no podía cenar con nosotros, que ese día ya no tenía ningún significado para él», dice Veronique arqueando las cejas. Su padre intentó hacerle entrar en razón: «No digas tonterías, no hay nada de religioso en este día Vamos a cenar con tus primos y tus tíos como hemos hecho siempre».
Veronique describe lo confundido que vio a su hijo en aquel momento. «Voy a consultarlo y ahora vuelvo». Los padres vieron cómo Quentin salía por la puerta sin querer decir quién era esa persona a la que pedía autorización.
«Volvió y nos dijo que no nos preocupáramos», dice Veronique. «Que puesto que un musulmán debía respeto a su madre y a su padre por encima de todo, esa noche cenaría con nosotros».
Y sin embargo las renuncias de su hijo se acumulaban. En un intento desesperado por comprender la situación, Veronique decidió hacer una visita a la Gran Mezquita de París. El imán la recibió y la tranquilizó, diciendo que no era anormal en un joven converso abrazar la religión musulmana con esa pasión.
Quentin, después de huir de Francia
«Sí es verdad que lo que me cuenta usted define a un joven cuya radicalización pende de un hilo», recuerda Veronique que le dijo el imán. Al preguntarle qué hacer para evitar que esto fuera a más, el clérigo le señaló un versículo del Corán: «Lea este párrafo con su hijo. Verá cómo todo va mejor después».
Confusa y angustiada, Veronique compartió su preocupación con Quentin, que le explicó que sólo buscaba sentirse en paz.
De pronto rezar cinco veces al día a la hora correcta no era compatible con sus estudios y al poco tiempo Quentin abandonó la universidad y su trabajo en una cadena de ropa deportiva. No tardó en alejar a su novia de su vida, diciendo que aún eran jóvenes para mantener una relación tan seria.
«HOY SOMOS CAPACES DE INTERPRETAR SIGNOS QUE EN AQUEL MOMENTO NOS PREOCUPABAN Y QUE NO SUPIMOS COMPRENDER»
Hoy Veronique sabe a ciencia cierta que durante meses su reclutador le dijo a Quentin que debía encontrar una chica pura. Es decir, una musulmana.
«Veíamos las noticias juntos de la guerra entre Bashar al Assad y los rebeldes y jamás hizo comentario alguno sobre aquello. Nunca defendió la violencia. Mi hijo era pacifista», insiste Veronique. «Hoy somos capaces de construir esa historia e interpretar signos que en aquel momento nos preocupaban y que no supimos comprender».
Véronique hace una pausa, suspira y asiente con la cabeza: «Hoy sí somos capaces de entender la forma en que poco a poco esos depredadores embaucaron a nuestro hijo».
La madre de Quentin, Veronique Roy
«ESTO NO ES UNA PELÍCULA»
En agosto de 2014, sus padres propusieron a Quentin pasar juntos unas semanas en Córcega como cada año. Pero esta vez el joven prefirió quedarse en casa. «En ese momento acababa de dejar el trabajo y estaba buscando otro nuevo, así que lo comprendimos», explica Véronique.
A la vuelta de estas vacaciones, el joven ya no era el mismo. «La mirada perdida, una tristeza profunda…», cuenta la madre. «Cuando llegué a casa, me di cuenta de que Quentin no había estado solo allí. Alguien había dado la vuelta a un cuadro que mi hermano había pintado de él. Representaba el nacimiento de mi hijo», explica Véronique. «Entiéndelo, mamá, ese cuadro representa el cuerpo humano. Me incomoda», justificó el joven, sin alzar la voz. Pero esta vez la madre no cedió. El cuadro se quedaba.
Tres semanas después, el joven les dijo que iba de fin de semana a Frankfurt.
«Nunca más volvimos a verle», cuenta la madre. «Denunciamos su desaparición, pero ya era demasiado tarde».

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