En Pekín llevan unos días ahogados en su propia miseria, con niveles de concentración de partículas PM 2,5 veinticinco veces superiores a las recomendadas por la OMS. Han estado en alerta naranja y en alerta roja, han restringido los movimientos de los coches y el trabajo de las fábricas han cerrado el aeropuerto. Lo mismo que en otras nueve ciudades chinas. No es la primera vez, no será la última. En Teherán, Irán, están igual. Como casi todos los inviernos, los coches no pueden entrar en el centro, las fábricas chapan casi todo el día, la gente tose a pesar de llevar la mascarilla puesta.
La buena nueva es que hay datos que dicen que hemos llegado al tope del uso del coche y ya estamos de bajada, al menos en el mundo desarrollado. Por lo que se cuenta en este artículo de The Guardian, el tráfico de vehículos creció a tope hasta 2007 y, desde entonces, o ha dejado de crecer tanto o está cayendo un poquito.
No es una novedad hablar del punto de inflexión cochista ni de sus posibles causas. Las encuestas juran que a los jóvenes les da cada vez más igual tener carro, que cada vez más la gente quiere volver a disfrutar de los beneficios de vivir en ciudades densas y asequibles caminando o en transporte público, que la tecnología también está cambiando las formas de moverse y que, claro, la crisis ha hecho que consumamos menos movilidad privada (quizá por eso en Estados Unidos, uno de los lugares donde más habían bajado las millas viajadas por vehículo, ya están subiendo un 1,7% en 2014).
Cuesta creer que vaya a ser fácil. Por un lado, los países en desarrollo están todavía de subidón en cuanto a compra y uso de coches. En Asia, en América Latina, en África, incluso, tener un coche es accesible cada vez a más gente y usarlo es un símbolo de estatus al que pocos se niegan a renunciar. Pero en Europa tampoco las cosas están cambiando tan rápido. En Alemania siguen creciendo los kilómetros viajados por vehículo, a pesar de todo. Y aquí no crecen porque no hay dinero, pero no porque no se haga todo lo posible.
Hay algunas ciudades que están empezando a tomar decisiones pero no son suficientes. Ni las ciudades ni las medidas ni los tiempos para llevarlas a cabo. Además, es muy difícil abrir este melón sin abrir una sandía más grande y más llena de pepitas: el necesario cambio de modelo productivo y el urgente fin de los tejemanejes entre gobiernos e industria. Mientras no nos pongamos a ello, seguiremos suicidándonos por el viejo método de aspirar el aire de los tubos de escape.