Al Pacino se estrella en su esperado regreso a Broadway

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Pacino en un momento de la obra

«China Doll» era el estreno más esperado de este otoño en Broadway. Su autor, David Mamet, es uno de los pocos dramaturgos cuyo nombre puede usarse como reclamo para el público. Pero el verdadero cebo es el actor principal -y casi único- de la obra, Al Pacino. Da igual que sea el Shylock de «El Mercader de Venecia», de Shakespeare, el Herodes de «Salomé», de Oscar Wilde -una obra que le llevará al West End londinense el año que viene-o el Mickey Ross de esta última creación de Mamet; poder contar a tus hijos o a tus nietos que viste a Pacino en directo es un gancho irresistible para el público. Más que a una obra de teatro, la gente va a conocer en persona a Michael Corleone, a Tony Montana, a Frank Slade.

El tirón de Pacino ha funcionado, y en las semanas previas al estreno, mientras la obra se acaba de pulir, la recaudación ha llegado al millón de dólares semanal, con butacas que se disparan hasta los 300 dólares. Pero el éxito comercial de «Chinese Doll» ha sido tan apabullante como la mala recepción que le ha dado la crítica, que tuvo acceso a una representación el pasado miércoles y que ha atizado sin pudor. «’The Washington Post» habla de una historia «más tediosa que inventiva», con un libreto de Mamet que «no hace ningún favor» ni a Pacino ni al público y con un final «horriblemente burdo» que convierte todo lo anterior en un «chiste». La obra presenta a un multimillonario, Mickey Ross, que habla todo el tiempo por teléfono, en conversaciones que describen sus relaciones turbias con políticos, su frío romance con una mujer a la que dobla en edad y otras cuitas. «The Hollywood Reporter» asegura que «abundan las partes aburridas», que los discursos son «petulantes y sin sentido» y que final es «absurdo». Para «The Guardian», el trabajo de Mamet es «superfluo» y solo lo celebra «The Wall Street Journal», que concede que Pacino «no está cómodo con sus frases».

El chirrido de una tiza

Es una de las críticas más leves contra el actor-tótem, al que «The New York Times» arrea con fuerza. Compara su actuación con soportar el ruido de la tiza contra la pizarra y del goteo de un grifo. Los gritos ocasionales del actor «son un alivio». El estreno de «Chinese Doll» tuvo que retrasarse dos semanas porque los ensayos no daban resultado; Mamet tuvo que reescribir parte de la obra y se decía que Pacino tenía problemas para recordar sus partes. Se rumoreó que el pinganillo con el que aparece sobre el escenario -en principio, un dispositivo para sus conversaciones telefónicas- se utilizaba para apuntar sus frases y que había varios «teleprompters» escondidos (esto lo confirmó el crítico de «The Wall Street Journal»).

Cualquier traspiés de un gigante de Hollywood es una gran historia, y los medios estadounidenses han olido sangre con «Chinese Doll». «¿Será esta la obra que por fin hunda la carrera teatral de Al Pacino?», titulaba hace unos días el sensacionalista «The New York Post». Si sirve de consuelo, Pacino no está solo: las críticas han sido todavía más feroces contra Bruce Willis, que protagoniza «Misery» en un teatro a tan solo una manzana del que pone «China Doll» y contra Keira Knightley, cuya «Thérése Raquin» se hunde también en Broadway.

abc.es

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