China convierte a Occidente en chivo expiatorio en juego peligroso

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El miedo y la xenofobia se han ido filtrando en el discurso político y público alrededor del mundo.

Este tipo de propaganda autoriza al pueblo a recurrir a sus prejuicios más elementales.

El miedo y la xenofobia se han ido filtrando en el discurso político y público alrededor del mundo.

En las democracias liberales, con una tradición de derechos individuales como el derecho a la libertad de expresión, las denuncias clamorosas en contra de estas actitudes pueden servir de contrapeso. Pero en los países autoritarios donde se prohíben las narrativas alternativas, los intentos oficiales de demonizar a los extranjeros y a los “otros” pueden ser increíblemente peligrosos. Durante esta semana, el gobierno chino ha lanzado varios vídeos en línea que culpan a las “fuerzas hostiles de Occidente” de una serie de males y supuestas conspiraciones en China.

Los vídeos son muy sencillos y a la vez muy poderosos con respecto a su atracción emocional. Un vídeo patrocinado por la Fiscalía Suprema Popular y la Liga de la Juventud Comunista — dos de los organismos estatales más poderosos — comienza con escenas escalofriantes de huérfanos y víctimas de las guerras en Irak y Siria, seguido por una declaración que asevera que las fuerzas de Occidente, encabezadas por EEUU, están intentando someter a China a un destino similar.

“Bajo el lema de ‘democracia, libertad y el estado de derecho’, las fuerzas occidentales constantemente están intentando crear contradicciones sociales con el fin de derrocar al gobierno chino”, decían los subtítulos que aparecían sobre las imágenes de las manifestaciones a favor de la democracia en Hong Kong y de la reunión de Barak Obama con el Dalai Lama.

Según el vídeo, los complots occidentales y la “negra sombra de EEUU” también son responsables por todo desde los atentados contra las fuerzas de mantenimiento de la paz de China en África y los disturbios de los agricultores en el interior de China hasta por el movimiento de independencia en Tíbet. El efecto del mensaje es magnificado por un fondo musical ominoso y la yuxtaposición del caos con imágenes heroicas de soldados y armamentos chinos.

De alguna manera esto es un reflejo de los giros chauvinistas y populistas que estamos viendo en otras partes del mundo. Aunque no es una reacción directa al movimiento “Trumpista” de EEUU o al ascenso del nacionalismo de derecha en Europa, parte de este estado de ánimo colectivo está echando raíces en China, en parte instigado por el partido comunista gobernante.

Muchos de los que están propagando este mensaje suelen ser nacionalistas superficiales: agentes del aparato que están diversificando sus ganancias — la mayoría ilícitas — en el extranjero y los cuales están enviando a sus hijos a estudiar en Australia, EEUU, Canadá o el Reino Unido.

De hecho, uno de los productores principales del vídeo sobre los complots de Occidente es un estudiante de posgrado de China que ahora reside en Canberra, Australia. Mientras tanto, el partido está demandando la prohibición de valores y conceptos occidentales y la integración del marxismo, una ideología nombrada en honor de un alemán que vivía en Londres.

A pesar de la hipocresía y de las contradicciones, esta propaganda es muy efectiva y autoriza al pueblo a recurrir a sus prejuicios más elementales.

Desde que el Presidente Xi Jinping asumió el poder en 2012, ha habido un giro notablemente negativo en la actitud del gobierno hacia los extranjeros que viven en China.

En el pasado, la mayoría de los extranjeros en China disfrutaban de cierto nivel de privilegio y protección. En el sector de negocios y en la vida diaria “los amigos extranjeros” eran acogidos y tratados con “guantes de seda” por las autoridades. Algunos de los amigos extranjeros seguramente se aprovecharon de esta actitud para ignorar las reglas y portarse mal sin temor a represalias.

Actualmente, esta inmunidad informal se ha esfumado. En su lugar han surgido represalias que, según muchos de los residentes extranjeros, pueden ser muy desagradables, desde abusos verbales discriminatorios hasta altercados físicos que asumen una dimensión racista.

Esto se aplica a todos los niveles de la sociedad: desde individuos hasta empresas multinacionales que se quejan cada vez más de la ausencia de igualdad de condiciones en China.

Los privilegios que los funcionarios y ciudadanos chinos les extendieron a los extranjeros nunca debieron haber existido. Pero la demonización calculada y repetitiva de las “fuerzas hostiles de Occidente” crea el riesgo de fomentar una xenofobia que limitará el margen de maniobra del mismo gobierno chino en el futuro.

Al convencer a sus ciudadanos de que los problemas de China son obra de las conspiraciones y los espías extranjeros, Beijing tal vez tenga que contraatacar a dichos enemigos para apaciguar la ira del pueblo. Este ambiente mucho menos aceptante ha provocado el descenso de la inversión extranjera directa y del éxodo del talento internacional.

El impresionante auge económico de China comenzó hace cuatro décadas con una política conocida como “reforma y apertura” y desde entonces el país se ha abierto al mundo exterior como nunca antes en su larga historia.

Poner fin a esta apertura sería terrible para China y para el mundo.

Por Jamil Anderlini (c) 2016 The Financial Times Ltd. All rights reserved

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