Santo Domingo.- La emigración es una de las cosas más antigua en la historia de la humanidad, y un ejemplo de ello es que las grandes religiones hablan sobre ese proceso.
Es algo que siempre ha estado ligado a las grandes concentraciones humanas, la crisis económica y las guerras.
En el libro Génesis, el primero de la Biblia, encontramos a un personaje llamado Abran (luego Abrahán) que emigró hacia una zona más próspera, dejando así a su natal Ur, en Mesopotamia y actual Irak.
Sus generaciones posteriores también fueron emigrantes, pues, la Biblia narra que los descendientes de éste emigraron hacia Egipto, Babilonia e incluso, Grecia.
Fruto de ese proceso encontramos pueblos descendientes de los hebreos en varias partes del mundo. Por ejemplo, los fenicios (actuales libaneses) formaban parte de esas concentraciones étnicas.
Si analizamos la religión musulmana, vemos que el Islam tomó fuerza a partir de un proceso migratorio, que ocurrió desde la ciudad de la Meca hasta Medina, en Arabia Saudita.
Ello ocurrió entre los años 622 a 624 después de Cristo, cuando Mahoma decidió abandonar a su natal, la Meca, para trasladarse a Medina y así evitar «contaminarse con el pecado de los paganos».
Con él abandonaron la ciudad miles de sus fieles, muchos de los cuales se fueron a vivir a Etiopía y Eritrea, en África, para evitar la persecución y ataques de grupos que les adversaban.
Lo cierto es que el ser humano siempre ha emigrado, y no es raro, ni tampoco un delito, que los haitianos emigren hacia República Dominicana para buscar una mejor vida.
Tampoco lo es que los dominicanos viajen a Estados Unidos, España, Alemania y otros países, con el objetivo de mejorar sus condiciones de vida.
Emigrar siempre estará en la mente de las personas, sobretodo, si en su tierra natal no encuentran la oportunidad para vivir de manera digna.
Es un proceso que divide la familia, porque muchos tienen que dejar atrás a sus seres queridos para lanzarse a una aventura en una tierra que no les pertenece.
Fuente-elNacional.