Borges en la feria de arte contemporáneo de Madrid

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MADRID — Hace ya diez años que el artista visual Fabio Kacero copió literalmente “Pierre Menard, autor del Quijote”. “Si te soy sincero, yo no quería copiar a Borges, me parecía demasiado obvio”, me cuenta Kacero en el espacio argentino de ARCO, “lo que yo quería era apropiarme de una caligrafía, cambiar mi letra, y para ello fui copiando otras letras, hasta la de mi padre, y un día llegué a la de Borges”.

Practicó y practicó y acabó transcribiendo el cuento más conceptual del autor de Ficciones. El resultado es “Fabio Kacero, autor del Jorge Luis Borges, autor del Pierre Menard, autor del Quijote”. No fue un ejercicio puntual, sino una metamorfosis. Desde entonces la caligrafía de Kacedo es eminentemente borgeana: “¡Le robé la letra a Borges!”. Y no sólo eso, también se ha ido volviendo escritor. “Es coherente, porque la literatura es el arte conceptual por antonomasia”, dijo.

A su lado se encuentra Jorge Macchi quien, además de las obras que tiene a la venta en la prestigiosa galería Ruth Benzacar —la misma de Kacero—, protagoniza una antológica en el Centro de Arte Dos de Mayo de Móstoles: “No lo he contado nunca en público, pero yo me llamo Jorge Luis por Borges”. A su hermana le pusieron el nombre de la madre; al hermano, el del padre; y como este estaba inmerso en la lectura de Borges en los días del nacimiento del tercer hijo, le pusieron Jorge Luis.

En los años decisivos de la juventud, después de ser deslumbrado por Poe, por Cortázar y por Magritte, Macchi lo leyó como cuarto eje de su poética incipiente, que se sitúa entre la paradoja intelectual y el surrealismo azaroso: “Yo huyo de la etiqueta de artista conceptual, me siento artista visual: hay que comprender la complejidad de la imagen”. A menudo la cartela que acompaña a la obra “actúa como ansiolítico”, dice. No hay que domesticarla, hay que dejar que hable en su propio lenguaje.

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«Fabio Kacero, autor del Jorge Luis Borges, autor del Pierre Menard, autor del Quijote»CreditCortesía de Galería Ruth Benzacar

Lectores también de autores actuales, como Sergio Bizzio o César Aira, Kacero y Macchi son dos de los artistas argentinos que mejor representan la escena porteña atravesada por la relación entre “artes visuales y escritura (ya sea considerada como simple grafía o como literatura”, como dice la curadora Inés Katzenstein en el excelente catálogo Argentina Plataforma Arco. En él se incluye “El escritor argentino y la tradición”, la conferencia de Borges que se ha convertido en un auténtico manifiesto del cosmopolitismo estético.

Una de sus mejores lectoras, Graciela Speranza, habla en su nuevo libro —Cronografías (Anagrama, 2017)—, de artistas como Kacero y Macchi y William Kentridge y Philippe Parreno, en diálogo con escritores como Don DeLillo o Agustín Fernández Mallo, autores de cómic como Richard McGuire o cineastas como Richard Linklater. Una conversación del siglo XXI. Una charla en red con “un tiempo sin tiempo” en su centro de gravedad. El espacio lo abordó en su título anterior, Atlas portátil de América Latina (Anagrama, 2012), donde analizó entre otros muchos creadores al tándem Faivovich y Goldberg, que exponen en ARCO fotografías que traducen información captada por un microscopio atómico en lo más recóndito de un meteorito. Sobre una mesa descansan los libros que han publicado durante esta década de indagar en todas las dimensiones sobre una lluvia cósmica que aterrizó en la provincia argentina del Chaco. Me susurra Speranza: “El mundo existe para acabar en un libro, como dijo Mallarmé”.

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CreditEditorial Anagrama

Por eso impresiona ver Besos brujos, la novela de un único ejemplar escrita a mano que el artista Alberto Greco vomitó en Ibiza en 1965, justo antes de suicidarse. Pero también impresionan obras que tratan de escapar de la formalización y de la literatura. Como las esculturas hechas con materiales de basurero y teléfonos móviles de Diego Bianchi, o como las instalaciones de mesitas de noche y paneles colgantes de Mariela Scafati.

Como dice Katzenstein, junto el eje de escritura otros dos organizan la selección de obras: la pintura que experimenta y las problemáticas de género. En un contexto de transición entre el kirchnerismo y Macri. El performer y videoartista Dudú Quintanilla, binacional, vive ahora en Brasil, “donde se ve el retroceso en los terrenos ganados por los gobiernos de izquierda”. ¿Está presente la política en el arte argentino de hoy? Responde Katzenstein: “Yo intento generar un paisaje de contrastes, pero la mayoría de los artistas son favorables a los Kirchner, incluso militantes”.

Borges dijo que los peronistas no eran buenos ni malos, sino incorregibles. Lo mismo podría decirse de los artistas contemporáneos, que han puesto en cuestión —precisamente— los privilegios de clase, raza y género de los tótems de las generaciones anteriores. El arte argentino del siglo XXI es borgeano y cosmopolita, sí; pero también político y transgénero. “La identidad no hay que forzarla”, me dijo Jorge Luis Macchi, “sucede o no”.

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